El catecismo de la Iglesia Catolica (CIC) en su número 545 dice: Jesús invita a
los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a
justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1Tim 1, 15). Les invita a la
conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de
palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf.
Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio
de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
También el C.I.C en su número 589, continua diciendo Jesús escandalizó sobre todo
porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud
de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a
dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los
admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente al
perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un
dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede
perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados,
o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios
(cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su Persona hace presente y revela
el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6. 26).
Paralelamente
podemos citar a san Efren el sirio cuando habla de la conversión de San Mateo
es una gran enseñanza siempre actual. Todos somos pecadores. Comenta san Efrén:
«Él escogió a Mateo el publicano
(Mt 9,9-13) para estimular a sus colegas a venirse con él. Él ve a los
pecadores y los llama, y les hace sentarse a su lado. ¡Espectáculo admirable;
los ángeles están de pie temblando, mientras los publicanos, sentados, gozan;
los ángeles temen, a causa de su grandeza, y los pecadores comen y beben con
Él; los escribas rabian de envidia y los publicanos exultan y se admiran de su
misericordia!
Los cielos viven este
espectáculo y se admiran, los infiernos lo vieron y deliraron. Satanás lo vio
ardiendo de furor, la muerte lo vio y experimentó su debilidad; los escribas lo
vieron y quedaron ofuscados por ello. Hubo gozo en los cielos y alegría en los
ángeles, porque los rebeldes eran dominados, los indóciles sometidos, los
pecadores enmendados, y porque los publicanos eran justificados. A pesar de las
exhortaciones de sus amigos, Él no renunció a la ignominia de la cruz y, a
pesar de las burlas de los enemigos, no renunció a la compañía de los
publicanos. Él ha despreciado la burla y desdeña las alabanzas, así contribuía
mejor a la utilidad de los hombres»
(Comentario sobre el
Diatesarón 5,17. SC 121).
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