Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Si el Hijo de Dios es llamado templo, lo es en el sentido en que él mismo dijo de su cuerpo: destruid este templo y en tres días lo levantaré. Templo de Dios es realmente el cuerpo de Cristo, en el que se llevó a cabo la purificación de nuestros pecados. Templo de Dios es realmente aquella carne, en la que no pudo haber contagio alguno de pecado, antes bien ella fue la víctima sacrificada por el pecado de todo el mundo.
Templo de Dios fue realmente aquella carne, en que refulgía la imagen de Dios y en la que la plenitud de la divinidad habitaba corporalmente, ya que el mismo Cristo es esa plenitud. Por tanto, a él se le dice: Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Y ¿qué significa esto sino aquello que dijo: En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis, esto es, está en medio de vosotros y vosotros no lo veis? Si por el contrario se refiere al Padre, ¿qué significa: en medio de tu templo, sino que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo?
En este templo, pues, hemos recibido —dice— tu misericordia, esto es, a la Palabra que se hizo carne y acampó entre nosotros. Pues del mismo modo que Cristo es la redención, es también la misericordia. Porque, ¿cabe mayor misericordia que ofrecerse como víctima por nuestros delitos para lavar con su sangre al mundo, cuyo pecado de ningún otro modo hubiese sido posible abolir?
En efecto, si hablando de los santos, dijo el Apóstol: Vosotros sois el templo de Dios, y el Espíritu Santo habita en vosotros, con cuánta mayor razón no podré llamar templo de Dios a la humanidad del Señor Jesús, del que leemos que estuvo siempre lleno del Espíritu Santo, como él mismo lo atestigua, diciendo: Yo he sentido que una fuerza ha salido de mí, cuya fuerza sanaba las acerbas heridas de todos.
Lo que dijo de haber él recibido, junto con el pueblo, la misericordia de Dios en medio de su templo, puede entenderse también en el sentido de que él mismo fundó su Iglesia y la propagó para siempre; de que él mismo, junto con su Hijo unigénito, confirió realmente esta gracia a su pueblo, a la vez que le presentaba como constructor, diciendo: edificará una ciudad. Ciudad que, dilatada por todo el orbe de la tierra, hizo que la tierra se llenara de su alabanza y de su nombre. Pues si está escrito: La tierra está llena de su alabanza, lo está también: Se le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Comentario sobre el salmo 47 (16-17: PL 14, 1152-1153)
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