Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e irreprochable.
Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes de la única y suma divinidad.
Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.
El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna conciencia pecadora pueda escapar.
Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas, para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.
Juan de Fécamp
Confesión teológica (Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126)
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