Reflexionemos sobre aquellas palabras: Tú eres sacerdote eterno. Pues no dice: Serás lo que antes no eras; ni tampoco: lo que antes eras, pero ahora no eres; sino que dice: eres y seguirás siendo sacerdote eterno únicamente por voluntad de aquel que dijo: Yo soy el que soy. Y precisamente porque su sacerdocio no comenzó en el tiempo, ni Cristo procede de la tribu de Leví, ni fue ungido con un óleo material preparado por especialistas, su sacerdocio no tendrá fin ni será establecido para solos los judíos, sino para todos los pueblos. Por todas estas razones, lo desvincula del sacerdocio aaronítico que tenía valor de figura, y lo proclama sacerdote según el rito de Melquisedec. Y ciertamente que es maravillosa la realidad del símbolo para quien observe cómo nuestro Salvador Jesús –que es el Ungido de Dios–, cumple, según el rito del propio Melquisedec y a través de sus ministros, todo lo que hace referencia al sacerdocio que se ejerce entre los hombres.
Como Melquisedec —que era sacerdote de los paganos– y a quien jamás le vemos ofreciendo sacrificios de animales, sino tan sólo pan y vino incluso en el momento de bendecir a Abrahán, así también hizo en primer lugar nuestro Señor y Salvador en persona; y posteriormente sus sucesores —sacerdotes para todos los pueblos—, con la ofrenda espiritual del pan y del vino según las normas de la Iglesia, nos hacen presente el misterio de aquel cuerpo y de aquella sangre salutífera; aquel misterio que, tantos siglos antes, había Melquisedec aprendido por obra del Espíritu de Dios, y había prefigurado sirviéndose de imágenes de la realidad futura, como lo atestigua el mismo Moisés, cuando dice: Melquisedec, rey de Salén, sacerdote de Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y bendijo a Abrahán.
Con razón, pues, y con la interposición de un juramento, se le prometieron tales cosas a aquel de quien ahora tratamos: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
Y ahora escucha lo que dice el apóstol Pablo a este respecto: De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. Y añade: De aquellos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, dura para siempre, tiene un sacerdocio exclusivo. De aquí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.
Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Demostración evangélica (Lib 5,3: PG 22, 366-367)
No hay comentarios:
Publicar un comentario