Debemos orar, pero no de una manera mecánica, ni por el gusto de enhebrar palabras, ni por la costumbre de guardar silencio o de ponerse de rodillas, sino con sobriedad, esperando a Dios con el espíritu recogido, cuando él decidiese hacerse presente y visitar al alma a través de sus facultades externas y por conducto de los órganos de los sentidos; de esta forma, tanto cuando convenga orar en silencio, como cuando haya que rezar en voz alta o incluso a gritos, la mente estará fija en Dios. Pues lo mismo que cuando el cuerpo realiza un trabajo cualquiera, todo él se concentra en la obra que se trae entre manos y todos sus miembros se ayudan unos a otros, así también el alma debe consagrarse toda ella a la petición y al amor del Señor, de modo que ni se entretenga en bagatelas o se deje distraer por las preocupaciones, sino que toda su esperanza y su expectación estén colocadas en Cristo.
De este modo seremos iluminados por aquel que enseña el método correcto de la oración de petición y sugiere una oración pura y espiritual, digna de Dios, y la adoración que se hace en espíritu y verdad. Y lo mismo que el mercader de profesión no se contenta con una sola fuente de ingresos, sino que especula sobre todos los medios a su alcance para aumentar y acumular ganancias, empleando su habilidad y su ingenio ya en uno ya en otro negocio; y pasando de uno a otro método, da de lado los mercados improductivos por otros más rentables: así también nosotros debemos adornar nuestra alma acudiendo a los más variados artificios, a fin de poder ganarnos la suprema y ' auténtica ganancia, es decir, Dios, que nos enseñe a orar en verdad. Con esta condición, Dios descansará en la buena intención del alma, haciendo de ella el trono de su gloria, poniendo en ella su asiento y descansando en ella.
Y así como una casa, mientras su dueño está presente abunda en ornato, belleza y decoro, así también el alma que alberga a su Dios y en la que Dios permanece, está colmada de belleza y decoro, ya que tiene como guía y huésped al Señor con todo el cortejo de sus espirituales tesoros. Y cuando el Señor viere que el alma vive recogida en la medida de sus posibilidades, que incesantemente busca a Dios, que le espera día y noche y que clama a él, de acuerdo con su mandato de orar constantemente en cualquier negocio, el Señor —de acuerdo con su promesa— le hará Justicia y, purificada de toda su malicia, se la elegirá como esposa sin mancha y sin reproche.
Por lo demás, si crees que esta doctrina es verdadera, como realmente lo es, examínate a ti mismo y mira si tu alma ha logrado realmente esa luz que la guíe, la verdadera comida y bebida, que es el Señor. En caso negativo, busca día y noche hasta conseguirlo. Por ejemplo, cuando mires al sol, pregúntate por el verdadero sol: pues, palabra de honor, eres ciego. Al ver la luz, mira a ver si tu alma ha logrado ya la luz buena y verdadera. Porque todas las cosas visibles son sombra de las auténticas realidades que interesan al alma. En efecto, al margen del hombre perceptible existe otro hombre interior, y otros ojos que Satanás cegó y otros oídos que taponó. Y Jesús vino precisamente para devolver la salud a este hombre interior. A él la gloria y el dominio con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos. Amén.
De una antigua homilía del siglo V
(Hom 33: PG 34, 741-743)
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