Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Floreció, pues, nuevamente el Señor resucitando del sepulcro; fructifica cuando sube al cielo. Es flor cuando es engendrado en lo profundo de la tierra; es fruto cuando es instalado en su sublime sitial. Es grano –como él mismo dice– cuando, solo, padece la cruz; es fruto cuando se ve rodeado de la copiosa fe de los apóstoles.
En efecto, durante aquellos cuarenta días en que, después de la resurrección, convivió con sus discípulos, les instruyó en toda la madurez de sabiduría y los preparó para una cosecha abundante con toda la fecundidad de su doctrina. Después subió al cielo, es decir, al Padre, llevando el fruto de la carne y dejando en sus discípulos las semillas de la justicia.
Subió, pues el Señor al Padre. Recordará sin duda vuestra santidad que comparé al Salvador con aquella águila del salmista, de la que leemos que renueva su juventud. Existe en efecto una semejanza y no pequeña. Pues así como el águila abandonando los valles se eleva a las alturas y penetra rauda en los cielos, así también el Salvador abandonando las profundidades del abismo se elevó a las serenas cimas del paraíso, y penetró en las más elevadas regiones del cielo. Y lo mismo que el águila, abandonando la sordidez de la tierra, y volando hacia las alturas, goza de la salubridad de un aire más puro, así también el Señor, abandonando la hez de los pecados terrenales y revolando en sus santos, se alegra en la simplicidad de una vida más pura.
De suerte que la comparación con el águila le cuadra perfectamente al Salvador. Pero, entonces, ¿cómo explicar el hecho de que frecuentemente el águila destroza su presa, y arrebata frecuentemente la presa ajena? Y, sin embargo, tampoco en esto es desemejante el Salvador. En cierto modo arrambló con la presa cuando al hombre que había asumido, arrancado de las fauces del infierno, lo condujo al cielo, y al que era esclavo de una dominación ajena, esto es, de la potestad diabólica, liberado de la cautividad, cautivo lo condujo a las regiones más elevadas, como escribe el profeta: Subió a lo alto llevando cautiva a la cautividad y dio dones a los hombres. Esta frase significa ciertamente que se llevó a lo alto de los cielos a la cautividad cautivada. Una y otra cautividad son designadas con idéntica palabra, pero ambas con un significado bien distinto, pues la cautividad del diablo reduce al hombre a la esclavitud, mientras que la cautividad de Cristo restituye a la libertad.
Subió –dice– a lo alto llevando cautiva a la cautividad. ¡Qué bien describe el profeta el triunfo de Cristo! Pues, según dicen, la pompa de la carroza de los vencidos solía preceder al rey vencedor. Pero he aquí que la cautividad gloriosa no precede al Señor en su ascensión a los cielos, sino que lo acompaña; no es conducida ante la carroza, sino que es ella la que lleva al Salvador. Por un inefable misterio, mientras el Hijo de Dios eleva al cielo al Hijo del hombre, la misma cautividad es a la vez portadora y portada. Lo que añade: dio dones a los hombres, es el gesto típico del vencedor.
Sermón 56 (1-3: CCL 23, 224-225)
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