Jerusalén está fundada como ciudad. Se expresa de este modo para demostrar que todo lo dicho se refiere no a un edificio corporal, sino a la construcción de la ciudad espiritual. Y como aquella interna visión de paz está formada de la reunión de los ciudadanos santos, la Jerusalén celestial está fundada como ciudad. La cual, sin embargo, mientras en esta tierra de peregrinación es flagelada y tundida con las tribulaciones, sus piedras van cada día siendo talladas a escuadra.
Y esa misma ciudad, es decir, la santa Iglesia destinada a reinar en el cielo, de momento se fatiga en la tierra. A sus ciudadanos les dice Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción. Y Pablo añade: Sois campo de Dios, sois edificio de Dios. Pero conviene tener en cuenta que esta ciudad posee ya aquí en la tierra su propio edificio: el comportamiento de los santos. Ahora bien, en un edificio una piedra sostiene a la otra, pues van colocadas una sobre otra, y la que sostiene a una es a su vez sostenida por otra. Exactamente ocurre en la santa Iglesia: cada cual es sostén del otro y sustentado por el otro. Pues los que están cercanos se sostienen recíprocamente, para que gracias a ellos se vaya levantando el edificio de la caridad. A este propósito nos advierte san Pablo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Y subrayando la eficacia de esta ley, añade: Amar es cumplir la ley entera.
Por tanto, si yo me negara a aceptaros tal cuales sois y vosotros rehusarais aceptarme tal cual yo soy, ¿cómo puede levantarse entre nosotros el edificio de la caridad? En un edificio —ya lo hemos dicho— la piedra que sostiene es a su vez, sostenida, pues así como yo soporto ahora el carácter de quienes todavía son novatos en la práctica del bien, así también a mí me soportaron los que me precedieron en el temor del Señor, y me sostuvieron para que a mi vez, después de haber sido sustentado, aprendiera a sustentar a los demás. Y ellos mismos fueron a su vez sustentados por sus antepasados.
En cambio, las piedras que se colocan en la cima y en el remate del edificio son ciertamente' sustentadas por las anteriores, pero ellas no sostienen a otras, ya que quienes nazcan en los últimos tiempos de la Iglesia, esto es, hacia el fin del mundo, son efectivamente tolerados por sus mayores a fin de que su conducta sea positivamente meritoria, pero al no ser seguidos de otros que por su medio debieran progresar, no soportan sobre ellos piedra alguna de este edificio de la fe. De momento, pues, ellos son sostenidos por nosotros, mientras nosotros somos sostenidos por otros. Pero todo el peso del edificio recae sobre el cimiento, ya que nuestro Redentor es el único que carga con las limitaciones de todos. De él dice Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. El cimiento sostiene las piedras sin ser sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todas nuestras deficiencias, mientras que en él no existe mal alguno que debiera ser soportado. Sólo el que sustenta toda la construcción de la santa Iglesia es capaz de cargar con nuestras deficiencias y pecados. El dice, por boca del profeta, de los que todavía viven perversamente: Se me han vuelto una carga que no soporto más.
Y no es que el Señor se canse de soportar, él, cuyo divino poder ninguna fatiga puede afectar, sino que, utilizando un lenguaje humano, llama trabajo a la paciencia que tiene con nosotros.
Homilías sobre el profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 1, 5: CCL 142, 210-212)
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