La voluntad de Dios es la que Cristo hizo y enseñó: Sencillez en las relaciones, estabilidad en la fe, modestia en el hablar, justicia en el actuar, misericordia en la práctica, disciplina en las costumbres; ser incapaz de hacer injuria y pronto a tolerar la que le hicieren; temblar ante la adversidad ajena como ante la suya propia; congratularse de la prosperidad del otro, como de nuestro propio mérito o provecho; tener por propios los males ajenos; estimar como nuestros los éxitos del prójimo; amar al amigo no por motivos humanos, sino por amor de Dios; soportar al enemigo hasta amarlo; no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan; no niegues a ninguno lo que te gustaría que hiciesen contigo; socorrer al prójimo en sus necesidades no sólo según tus posibilidades, sino desear serle de provecho incluso más allá de tus fuerzas reales; mantener la paz con los hermanos; amar a Dios con todo el corazón; amarle en cuanto Padre, temerle en cuanto Señor; no anteponer nada a Cristo, pues tampoco él antepuso nada a nuestro amor.
Todo el que ame el nombre del Señor, se gloriará en él. Aceptemos ser aquí miserables, para ser luego dichosos. Sigamos a Cristo, al Señor Jesús. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. Cristo, Hijo de Dios, no vino para reinar, sino que, siendo rey, rehúye el reino; no vino para dominar, sino para servir. Se hizo pobre, para enriquecernos; por nosotros aceptó la flagelación, para que no nos lamentásemos al ser azotados.
Imitemos a Cristo. El nombre de cristiano conlleva la justicia, la bondad, la integridad. Es cristiano el que en todo imita a Cristo y le sigue; el que es santo, inocente, incontaminado, puro. Es cristiano aquel en cuyo corazón no hay sitio para la malicia, aquel en cuyo pecho sólo la piedad y la bondad tienen carta de ciudadanía.
Cristiano es el que vive la vida de Cristo; el que está totalmente entregado a la misericordia; que desconoce la injuria; no soporta que, en su presencia, se oprima al pobre, socorre al necesitado; se entristece con los tristes; siente como propio el dolor ajeno; a quien conmueve el llanto del otro; cuya casa es casa de todos; cuya puerta a nadie se cierra; cuya mesa ningún pobre ignora; cuyo bien todos conocen y de quien nadie recibe injurias; el que noche y día sirve a Dios; cuya alma es sencilla e inmaculada; cuya conciencia es fiel y pura; cuyo pensamiento está totalmente centrado en Dios; el que desprecia las cosas humanas, para tener acceso a las celestiales.
Autor desconocido, Sermón transmitido bajo el nombre de san Cipriano (PLS 1, 51-52)
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