Además, en aquellos primeros sacrificios que ofrecieron Caín y Abel, lo que miraba Dios no era la ofrenda en sí, sino la intención del oferente, y por eso le agradó la ofrenda del que se la ofrecía con intención recta. Abel, el pacífico y justo, con su sacrificio irreprochable, enseñó a los demás que, cuando se acerquen al altar para hacer su ofrenda, deben hacerlo con temor de Dios, con rectitud de corazón, con sinceridad, con paz y concordia. En efecto, el justo Abel, cuyo sacrificio había reunido estas cualidades, se convirtió más tarde él mismo en sacrificio, y así, con su sangre gloriosa, por haber obtenido la justicia y la paz del Señor, fue el primero en mostrar lo que había de ser el martirio, que culminaría en la pasión del Señor. Aquellos que lo imitan, ésos serán coronados por el Señor, ésos serán reivindicados el día del juicio.
Por lo demás, los discordes, los disidentes, los que no están en paz con sus hermanos no se librarán del pecado de su discordia, aunque sufran la muerte por el nombre de Cristo, como lo atestiguan el Apóstol y otros lugares de la sagrada Escritura, pues está escrito: El que odia a su hermano es un homicida, y el homicida no puede alcanzar el reino de los cielos y vivir con Dios. No puede vivir con Cristo el que prefiere imitar a Judas y no a Cristo. ¿Qué clase de delito es este que no puede borrarse ni con el bautismo de la sangre?, ¿qué tipo de crimen es este que no puede expiarse ni con el martirio?
Nos advierte además el Señor lo necesario que es que en la oración digamos: Y no nos dejes caer en la tentación. Palabras con las que se nos da a entender que nada puede el adversario contra nosotros, si previamente no se lo permite Dios; de donde se deduce que todo nuestro temor, devoción y observancia han de orientarse hacia Dios, ya que nada puede el maligno en las tentaciones, sino lo que le fuere concedido.
San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (24-25: CSEL 3, 285-286)
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