Son muchos los que buscaron la sabiduría y no consiguieron encontrarla; muchos los que la encontraron y no supieron retenerla. Y, sin embargo, dichoso el que establece su morada en la sabiduría. Salomón encontró la sabiduría, pero no permaneció en ella, pues, apartado de la sabiduría por las mujeres extranjeras, derivó hacia la insipiencia. Sabiduría consumada es aquella que este mundo considera como necedad, es decir, la sabiduría de Cristo; mejor dicho, Cristo mismo es la sabiduría, al cual —al decir del Apóstol— Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Por eso, Pablo, matriculado en la escuela de esta sabiduría, afirma: Nunca me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Es bueno buscar y retener esta sabiduría, que es santificación y redención. Siendo cualquier otra sabiduría vanidad y fuente de perdición, no puedes ser discípulo de esta escuela: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío; más aún: El que no odia a su padre y a su madre, e incluso a sí mismo, no es digno de mí. ¡Buen Jesús! ¿por qué nos has tratado así? Moisés había impuesto una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos tenido fuerzas para soportar. Esperábamos que túaligeraras nuestras cargas, y ahora gravas tu mano sobre nosotros. ¿Es que no era ya bastante .pesada la mano de Moisés? ¿Has venido a castigarnos a latigazos? ¿Buscas acaso un motivo para descargar tu ira contra nosotros y hacernos perecer? ¿No eres tú, Jesús, el Salvador y no el perdedor?
¿Por qué nos mandas lo que no podemos cumplir?: ¿odiar al padre y a la madre y a uno mismo, y amar al enemigo? Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso? Me dirigiría a otras escuelas, y me elegiría otro maestro: pero oigo a Pedro responder por sí mismo y en nombre de los demás: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Si parece gravoso tu precepto y duro tu lenguaje, sé, sin embargo, que es grande tu bondad que reservas para tus fieles.
Esperaré, pues, en ti, cuya sabiduría no puede fallar, cuyo poder no puede ser vencido, cuya benevolencia es infatigable y cuya caridad no puede sufrir mengua. Aunque quisieras flagelarme, abrasarme, trocearme, matarme, esperaré en ti, Señor, con tal de que me ayudes y me enseñes a cumplir tu voluntad; dame tan sólo, Señor, una señal propicia, para que te busque y espere en ti. Tú eres bueno para los que esperan en ti, para el alma que te busca. Sé que quienes te sirven no están agobiados, sino, al revés, muy honrados, pues tú, Dios mío, has honrado sobremanera a tus amigos. Sé que cualquier yugo de servidumbre se hace aceptable con el recuerdo de tu bondad.
Sermón 53 (PL 207, 715-716)
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