En muchos aspectos el rey Salomón representa el tipo del verdadero rey; me refiero a los muchos aspectos que de él nos cuenta la sagrada Escritura y que se refieren a lo que de mejor había en él. Por ejemplo, se le llama pacífico y se dice de él que estaba dotado de una inmensa sabiduría; construye el templo, gobierna a Israel y juzga al pueblo con justicia: y es del linaje de David. Se nos dice también que vino a visitarle la reina de Etiopía. Pues bien: todas estas cosas y otras por el estilo se dicen de él en sentido típico, pero describen el poder del Evangelio.
En efecto, ¿hay alguien más pacífico que aquel que dio muerte al odio, pero clavó a sus enemigos en la cruz, y a nosotros, mejor dicho, a todo el mundo lo reconcilió consigo; que abatió el muro de separación para crear, en él, de los dos, un solo hombre nuevo; que hizo las paces, y que predica la paz a los de lejos y también a los de cerca, por medio de los evangelizadores del bien?
Y ¿hay un constructor del templo comparable con aquel que pone los cimientos en los montes santos, es decir, en los profetas y apóstoles, que edifica —como dice el Apóstol— sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, piedras animadas y con vida propia; piedras que por sí mismas y espontáneamente se integran en paredes compactas y conexas, como dice el profeta, de modo que, bien ajustadas y unidas con el poder de la fe y el vínculo de la paz, se van levantando hasta formar un templo consagrado, para ser morada de Dios, por el Espíritu?
Y que el Señor sea el rey de Israel dan de ello testimonio incluso sus enemigos, al colocar sobre la cruz el reconocimiento de su reino: Este es el Rey de los judíos. Aceptemos el testimonio, aun cuando parece reducir la extensión de su poder, limitando su dominio a sólo el reino de Israel. En realidad no es así: la misma inscripción colocada sobre la cruz le atribuye en cierto modo el imperio sobre todos, al no precisar que sea exclusivamente rey de los judíos. Antes, atestiguando su ilimitado dominio sobre los judíos, con las mismas palabras está asignándole tácitamente un dominio universal. En efecto, el rey de toda la tierra domina también sobre una parte de la misma.
El empeño de Salomón por juzgar según la verdad, apunta ya al verdadero juez de todo el mundo, que dice: El Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos; y: Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo. He aquí una exactísima definición del juicio justo: dar una respuesta a quienes se someten al arbitraje judicial, no por cuenta propia o guiados por preferencias personales, sino que antes hay que escuchar a los interesados, y después pronunciar la sentencia una vez confrontados los datos. Por eso, Cristo, potencia de Dios, reconoce que no puede hacer ciertas cosas; y, en realidad, la verdad no puede desviar el juicio de la justicia.
¿Quién ignora que la Iglesia, constituida por gentes procedentes de la idolatría, era negra en su origen, antes de convertirse en Iglesia, y que durante todo el largo intervalo en que estuvo bajo el dominio de la ignorancia habitaba lejos del conocimiento del verdadero Dios? Mas cuando hizo su aparición la gracia de Dios y resplandeció la sabiduría, y la luz verdadera envió sus rayos sobre los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, entonces, mientras Israel cerraba los ojos a la luz y se retraía de la participación de los bienes, vienen los Etíopes, es decir, aquellos de los paganos que acceden a la fe; y hasta tal punto lavan en la mística agua su propia negrura, que Etiopía extiende sus manos a Dios ofreciendo dones al rey: los aromas de la piedad, el oro del conocimiento de Dios, las gemas de los preceptos y de realización de milagros.
Homilía 7 sobre el Cantar de los cantares (PG 44, 907-910)
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