Bautismo auténtico es el que, después de la aparición o visible manifestación del Hijo y del Espíritu Santo, ejerce su acción liberadora cada día o, mejor, a cada hora o, para expresarme con mayor exactitud, a cada momento; sobre todos los que descienden a las aguas bautismales; sobre todo tipo de pecado y para siempre. Además, este bautismo, a los que ya son hermanos por la gracia, los convierte en primogénitos y recién nacidos, sin exceptuar ni a los de corta edad ni a los de edad avanzada. Incluso a quienes —según la prudencia humana— no se les confían las riquezas terrenas por no ofrecer suficiente garantía de seguridad, bien por su escasa, bien por su excesiva edad, incluso a éstos se les hace entrega con plena seguridad de todo el patrimonio divino, hasta el punto de que cantan alborozados: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas. Y: Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
El mismo ángel que removía el agua era precursor del Espíritu Santo; y Juan es paralelamente llamado ángel del Señor, fue constituido precursor del Señor, y bautizaba en el agua. Y el crisma con que fueron ungidos Aarón y Moisés y posteriormente todos cuantos eran ungidos con la cuerna sacerdotal —y que por razón del crisma fueron denominados «cristos», es decir, ungidos—, eran tipo del crisma santificado que nosotros recibimos. Crisma que aunque fluya corporalmente, espiritualmente aprovecha. Pues tan pronto como la fe de la Trinidad beatísima desciende sobre nuestro corazón, la palabra del Espíritu sobre nuestra boca y el sello de Cristo brilla en nuestra frente; tan pronto como se ha recibido el bautismo y nos ha confirmado el crisma, inmediatamente –repito– encontramos propicia a la Trinidad, ella que es por naturaleza la dispensadora de todos los bienes; inmediatamente viene a nosotros, y en el mismo momento los espíritus inmundos se retiran de los que ya están limpios, cede el interés por los asuntos mundanos, huye de nosotros todo tipo de pasiones corporales, se nos perdonan todos los delitos, nuestros nombres son inscritos en libros indelebles, se nos dispensan los bienes celestiales: tanto, que la misma Trinidad, inefablemente generosa y próvida como es, queriendo ser el principio de toda obra buena, previene y antecede incluso nuestros proyectos de bondad.
Llamarán santos a todos los inscritos en Jerusalén entre los vivos; porque el Señor lavará la suciedad de los hijos y de las hijas de Sión, y fregará la sangre de en medio de ellos, con el soplo del juicio, con el soplo ardiente. En su primera carta, nos enseña Pedro que si antiguamente el bautismo, que no era sino una figura, salvaba, con mucha mayor razón el bautismo, que es la realidad, nos hace inmortales y nos deifica. Escribe, en efecto; Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, que llegó al cielo, se le sometieron los ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.
Nosotros que vamos transformándonos en espirituales, no sólo vemos y percibimos estas cosas, sino que gratuitamente somos iluminados por el Espíritu Santo, y disfrutamos de ellas cada vez que participamos del Cuerpo de Cristo y degustamos la fuente de la inmortalidad.
Tratado sobre la Trinidad (Lib 2,14: PG 39, 710-718)
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