Dice el Apóstol: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro. Me pregunto qué lección sacar del texto que se nos ha leído. Aarón y María murmuraron contra Moisés, por lo cual fueron castigados; María fue incluso herida de lepra. Este castigo reviste una importancia tal, que durante la semana que duró la lepra de María, el pueblo de Dios no prosiguió su marcha hacia la tierra prometida y no se desplazó la tienda del encuentro.
La primera lección que yo saco de este episodio —útil y necesaria lección—, es que no debo calumniar a mi hermano ni hablar mal de mi prójimo ni abrir la boca para criticar, no digo ya a los santos, pero es que a ninguno, viendo la magnitud de la indignación de Dios y la gravedad del castigo infligido.
Éstos, pues, por haber murmurado contra Moisés, tienen la lepra en el alma, son leprosos en «el hombre interior», por cuya razón son excluidos del campamento de la Iglesia de Dios. Así pues, los herejes que critican a Moisés o los miembros de la Iglesia que hablan mal de sus hermanos o murmuran contra su prójimo, todos cuantos están tocados de semejante vicio, tienen indudablemente un alma leprosa.
Gracias a la intercesión del gran sacerdote Aarón, María sanó al séptimo día; nosotros, en cambio, si a causa del vicio de la detracción, contraemos la lepra del alma, permaneceremos leprosos e inmundos hasta el fin de la semana de este mundo, es decir, hasta el momento de la resurrección. A menos que, mientras es posible la penitencia, nos corrijamos y, retornados al Señor Jesús y humillándonos en su presencia, nos purifiquemos mediante la penitencia de la impureza de nuestra lepra.
Pero escucha a continuación la alabanza que el Espíritu Santo hace de Moisés: El Señor -dice- bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor les dijo:
-Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no por enigmas contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?
La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.
Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve.
¡Ved de qué castigo se hicieron acreedores los detractores y qué elogios se granjeó aquel a quien ellos criticaban! Ellos la vergüenza, él el honor; ellos la lepra, él la gloria; ellos el oprobio, él la magnificencia.
Por eso, el Apóstol, explicando el significado de las figuras y de los símbolos, dice: Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.
Ves cómo Pablo interpreta los símbolos de la ley y nos descubre su sentido, explicando además cómo la roca que seguía a Moisés era una imagen. Pues la roca era Cristo. Ahora Dios habla cara a cara por medio de la ley. Antiguamente el bautismo estaba simbolizado en la nube y en el mar; ahora, la regeneración se opera en realidad, en el agua y en el Espíritu Santo. Entonces y en símbolo, el manjar era el maná; ahora y en realidad, la carne de Cristo es el verdadero alimento, como él mismo dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
Homilía 7 sobre el libro de los Números (1-2: Ed. GCS t. 8, 37 40: SC 29, 133-136)
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