Nos cuenta san Juan que Jesús había dicho: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Pero él —anota el evangelista— hablaba del templo de su cuerpo. Y si es verdad que el Padre lo hizo todo por su Palabra, por su Hijo, no es menos evidente que la resurrección de su carne la llevó a cabo por su mismo Hijo. Luego por medio de él lo resucita y por medio de él le da la vida. En cuanto hombre es resucitado según la carne, y en cuanto hombre recibe la vida, quien actuó como un hombre cualquiera.
Pero él es asimismo quien, en su calidad de Dios, levanta su propio templo y comunica vida a su propia carne. Mientras en una parte nos dice: A quien el Padre consagró y envió al mundo, en otra parte afirma: Por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en la verdad. Y cuando dice: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, habla en representación nuestra, ya que tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Y como dice Isaías: Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.
Así que no fue abrumado de dolores por su causa, sino por la nuestra; ni fue él abandonado de Dios, sino nosotros; y por nosotros, los abandonados, vino él al mundo. Y cuando dice: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», habla del templo de su cuerpo.
No es efectivamente el Altísimo quien es exaltado, sino la carne del Altísimo; y es a la carne del Altísimo a la que se concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre». Y cuando dice: Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado, habla de la carne de Cristo que aún no había sido glorificada. Pues no es glorificado el Señor de la gloria, sino la carne del Señor de la gloria; ésta recibió la gloria cuando junto con él subió al cielo. De ahí que el Espíritu de adopción no se hubiera todavía dado a los hombres, porque las primicias que el Verbo había tomado de la naturaleza humana aún no habían subido al cielo.
Por tanto, cuando la Escritura utiliza expresiones tales como: «el Hijo recibió» o «el Hijo fue glorificado», se refieren a su humanidad, no a su divinidad. Así, mientras unos textos dicen: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, otros afirman: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
Dios, que es inmortal, no vino a salvarse a sí mismo, sino a liberarnos a nosotros que estábamos muertos; ni padeció por sí mismo, sino por nosotros. Hasta tal punto que si asumió nuestra miseria y nuestra pobreza, fue con el fin de enriquecernos con su riqueza. Pues su pasión es nuestro gozo; su sepultura, nuestra resurrección; y su bautismo, nuestra santificación. Dice, en efecto: Por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. Y sus sufrimientos son nuestra salvación, pues sus cicatrices nos curaron. El castigo soportado por él es nuestra paz, ya que nuestro castigo saludable cayó sobre él, esto es, él fue castigado para merecernos ,la paz.
Y cuando en la cruz exclama: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu, en él encomienda al Padre a todos los hombres, que en él son vivificados. Somos, de hecho, miembros suyos y, aun siendo muchos miembros, formamos un solo cuerpo, que es la Iglesia. Es lo que dice san Pablo escribiendo a los Gálatas: Porque todos sois uno en Cristo Jesús. Así que, en él, nos encomienda a todos.
Libro sobre la encarnación del Verbo contra los arrianos (2-5- PG 26, 987-991)
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