Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra, pues el que se conduce de esta manera, da pruebas de creer en el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y a éste tal la fe realmente se le cuenta en su haber. Pues es imposible que a quien retenga en sí una dosis cualquiera de injusticia, la justicia se le cuente en su haber, aunque crea en el que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos, ya que la injusticia nada puede tener en común con la justicia, como nada tiene que ver la luz con las tinieblas ni la vida con la muerte. Por tanto, a los que creen en Cristo, pero no se despojan de la vieja condición humana, con sus obras injustas, la fe no se les puede apuntar en su haber.
Paralelamente podemos afirmar que lo mismo que al injusto no se le puede contar la justicia en su haber, así tampoco al impúdico la honestidad, al inicuo la equidad, al avaro la liberalidad, ni al impío puede imputársele la piedad, mientras no deponga la vetusta vestimenta de los vicios y se revista de la nueva condición creada según Dios y que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.
Fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, para demostrarnos que también nosotros hemos de aborrecer y desechar todo aquello por lo que Cristo fue entregado. Porque si creemos que Cristo fue entregado por nuestros pecados, ¿cómo no considerar extraño y hostil todo tipo de pecado, por el que sabemos que nuestro Redentor fue entregado a la muerte? En efecto, si nuevamente entablamos relaciones de interés o de amistad con el pecado demostramos no valorar debidamente la muerte de Cristo Jesús, toda vez que abrazamos y secundamos lo que él expugnó y venció.
Así que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Porque si hemos resucitado con Cristo, que es la justicia, y andamos en una vida nueva, y vivimos según la justicia, Cristo resucitó para nuestra justificación. Pero si todavía no nos hemos despojado de la vieja condición humana, con sus obras, sino que vivimos en la injusticia, me atrevo a decir que Cristo no ha resucitado aún para nuestra justificación ni fue entregado por nuestros pecados. Y si estoy convencido de esto, ¿cómo amo lo que a él le llevó a la muerte? Si creo que él ha resucitado para mi justificación, ¿cómo me deleito en la injusticia? Luego Cristo justifica únicamente a los que, a ejemplo de su resurrección, emprendieron una nueva vida, y rechazan como causa de muerte, los viejos vestidos de la injusticia y de la iniquidad.
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Pero para mejor penetrar el sentido de las palabras del Apóstol, examinemos qué significa la palabra «paz», la paz que nos viene por nuestro Señor Jesucristo.
Dícese que hay paz donde nadie disiente, donde nadie está en desacuerdo, donde no hay ni hostilidad ni barbarie. Así pues, nosotros que en un tiempo fuimos enemigos de Dios, siguiendo las consignas del enemigo hostil, del diablo, si ahora arrojamos sus armas, estamos en paz con Dios, pero esto gracias a nuestro Señor Jesucristo, quien por la ofrenda de su sangre, nos reconcilió con Dios. Por tanto, si alguien está en paz con Dios y ha sido reconciliado por la sangre de Cristo, que no se relacione en adelante con lo que es enemigo de Dios.
Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 4,7: PG 14, 986-988)
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