Hagamos las paces con él, hagamos las paces nosotros los que venimos, hijos de Jacob. Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. Como si los judíos hubieran renunciado al amor y a la fe en Cristo, salvador del universo, como si el Amado los hubiese rechazado y hubiese trasladado su vocación a los paganos, y Cristo quisiera, por medio de los santos apóstoles, cazar en su red a todos los hombres hasta el confín de la tierra, el santo profeta se presenta como consejero de confianza a todas las gentes de todos los lugares, y les dice: «Israel se alejó, el primogénito tiró coces», reniega de su fe, se portó como un impío con su redentor. Nosotros, en cambio, que venimos —es decir, que pronto vendremos: vendremos de cualquier ángulo: de las tinieblas a la luz, de la griega ignorancia al conocimiento del verdadero Dios, del pecado a la justicia— hagamos las paces con él, esto es, depuesta la prístina aversión, estemos en paz con Dios.
Así, pues, eliminando el pecado y renunciando a Satanás, no habiendo nadie que pueda alejarnos y separarnos de Cristo, demos plena fe a sus profecías, hagamos lo que él quiere y dice, dobleguemos nuestra cerviz a la predicación del evangelio. Así es como haremos las paces con él, como dice asimismo el sapientísimo Pablo a los creyentes convertidos del paganismo: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estemos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Después de haber exhortado a los que vienen a la fe, el profeta se dirige a los santos apóstoles en persona. Y habiendo comprendido —o habiéndole revelado el Espíritu Santo— que todo el mundo debe ser conducido a Dios, lleno de entusiasmo, exclama en un arranque de alegría: Los hijos de Jacob brotarán, Israel florecerá, y sus frutos cubrirán la tierra. Los discípulos del Señor han nacido de la estirpe de Jacob, llamado también Israel. Pero después que desde la salida del sol hasta el ocaso, a toda la tierra alcanzó su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje, la muchedumbre de los paganos ha sido llamada al conocimiento de Dios y —según la expresión del profeta— el orbe entero se llenó de sus frutos. ¿Frutos de quién? De Israel naturalmente, esto es, de todos aquellos que proceden de la estirpe de Israel. Pues el fruto de los sudores apostólicos son los creyentes, a quienes Pablo llama «mi gozo y mi corona». Los que por ellos se han salvado, son realmente la gloria y los propagandistas de los santos mistagogos.
San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 1: PG 70, 593-594)
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