Puesto que ha llegado el tiempo de hablar a vuestra venerable caridad de la venida y encarnación del Señor, no son días éstos en que se pueda callar. Regocíjate, Sión; mira que viene tu rey. Regocíjate, pues, Sión, es decir, nuestra alma, pensando en los bienes futuros, rechazando de sí los males. Mira, viene a habitar en medio de ti. ¿Quién es este morador sino el que quiso hacernos suyos, congregarnos y confirmarnos como pueblo predilecto? Este morador es aquel de quien en otro lugar cantó el profeta, diciendo: Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Cuando este morador se posesione de nuestro mundo interior, hará de modo que en nosotros todo sea santo, perfecto, irreprensible. Que él posea a quienes redimió, perfeccione lo que comenzó, conduzca a la meta a quienes sacó de Babilonia. Este nuestro morador descansa en nosotros, es glorificado en nosotros, cuando los hombres vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo. De este Padre somos hijos no a causa de nuestra obsequiosidad o de nuestros méritos ni tampoco de nuestro buen comportamiento, sino que por su misericordia hemos recibido la libertad y hemos sido escogidos para la adopción de hijos.
Así pues, Dios es glorificado en nosotros de este modo: cuando progresamos en sentimientos de caridad, hacemos lo que él mandó y nos mantenemos firmes en lo que él ordenó. Entonces es Dios glorificado en nosotros. Ahora sabemos que nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación, piedad y gracia gratuita. Y cuando vemos que de la arcilla del suelo él nos eleva a los premios celestiales, alégrese y regocíjese el corazón de los creyentes: busque nuestra alma al Señor, no como muerta sino como exuberante de vida.
¿Cómo pagaremos al Señor por estos bienes? Dobleguemos la cerviz, agachemos la cabeza y golpeémonos el pecho, repitiendo lo que dijo el publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y como en su piedad perfecciona lo imperfecto, prosigue diciendo: Se escribían todas en tu libro. Alegraos por tantos beneficios, regocijaos de tantas bondades: no os apropiéis lo que de él habéis recibido, no sea que perdáis lo que tenéis. Debéis saber que nada poseéis que no hayáis recibido: Y, si lo habéis recibido, no os gloriéis como si no lo hubierais recibido, para que lo que habéis recibido se os mantenga y el bien de que carezcáis, se os dé en plenitud. Amén.
De unos sermones antiguos traducidos del griego al latín
Sermón 12: PLS 4, 770-771)
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