Siguiendo el consejo del Apóstol, llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios. Hay una religión del hombre para con el Señor, una honradez para con el prójimo y una sobriedad para consigo mismo. La venida del Señor puede sernos perniciosa, si no la esperamos religiosa, sobria y honradamente. Tres son las venidas del Señor: la primera en la carne, la segunda en el alma, la tercera en el juicio. La primera tuvo lugar a medianoche, la segunda por la mañana, la tercera al mediodía. Respecto a la primera venida citemos las palabras de verdad del evangelio: A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo!». Pienso que era medianoche cuando, en medio de un profundo silencio, la noche llegó a la mitad de su carrera. Era noche para los judíos, cuyos ojos había oscurecido la malicia para que no pudieran ver. Y lo mismo el pueblo de los paganos, que caminaba en tinieblas. Llega el esposo y se oye una voz.
Rompióse el silencio en la noche. Llegó el que ilumina lo escondido en las tinieblas; ahuyentó la noche e hizo el día. ¿Y por qué a medianoche se oyó una voz, sino porque cuando un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche en su carrera, la Palabra todopoderosa decidió descender desde el trono real de los cielos, conociendo los profetas la venida de Cristo, prorrumpieron en gritos de triunfo y alegría, rompiendo de la noche el profundo silencio? Grande era ciertamente el griterío, al que singular y colectivamente se sumó el coro de los profetas.
Si queremos que la venida de Cristo nos sea causa de redención, preparémonos para su llegada, como nos amonesta el profeta en la persona de Israel: Prepárate, Israel, y sal al encuentro del Señor que se acerca. También vosotros, hermanos, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
La primera venida pertenece ya al pasado. Cristo apareció en el mundo y vivió entre los hombres. Cristo vino para dar personalmente cumplimiento a la ley por nosotros; y como, según el Apóstol, un testamento sólo adquiere validez a la muerte del testador, Cristo convalidó el testamento de nuestra redención en la cruz de palabra, por el Espíritu y con las obras.
Nos encontramos en el tiempo de la segunda venida, a condición sin embargo de que seamos tales que Cristo se digne venir a nosotros. Pero podemos estar seguros de que, si le amamos, él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros. Esta venida a nosotros es incierta.
Por lo que se refiere a la tercera venida, hay una cosa ciertísima: que vendrá; y una cosa inciertísima: cuándo vendrá. ¿Hay algo más cierto que la muerte? Y sin embargo nada más incierto que la hora de la muerte. En esta vida sólo podemos estar seguros de una cosa: de que no estamos seguros. Tan pronto estamos sanos como caemos enfermos; tan pronto nos sonríen todos los éxitos como se dan cita todas las desgracias; hoy existimos, mañana dejamos de existir: la muerte no perdona ni edad ni sexo.
¡Dichoso el que puede decir confiado: Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme! Este tal percibe el fruto de gracia de la primera venida, y recogerá de la segunda venida el fruto de salvación y de gloria. La primera da acceso a la segunda, y ésta prepara para la tercera. La primera venida fue oculta y humilde, la segunda es secreta y admirable; la tercera será manifiesta y terrible. En la primera vino a nosotros, para entrar en la segunda dentro de nosotros; en la segunda entró dentro de nosotros, para no tener que venir en la tercera contra nosotros. En la primera venida nos otorgó su misericordia, en la segunda nos confiere su gracia, y en la tercera nos dará la gloria, porque el Señor da la gracia y la gloria.
El Señor dará a los santos la recompensa de sus trabajos. De esta venida él mismo dice: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Que Cristo Jesús, a quien hemos recibido como salvador y esperamos como juez, nos salve, no según las malas obras que hayamos hecho nosotros, sino según su gran misericordia.
Sermón 3 sobre la venida del Señor (PL 207, 569-572)
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