Realmente el misterio de Cristo nos colma de estupor, y la excelencia de su bondad para con nosotros supera toda capacidad de admiración. Por eso, el profeta Habacuc, estupefacto ante la economía de la encarnación, se expresa con toda claridad: Señor, he oído tu fama, me ha impresionado tu obra. Pues el Unigénito, igual por naturaleza a Dios Padre, de rico que era en cuanto Dios se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza, para salvar lo que estaba perdido, consolidar lo débil, vendar las heridas, dar vida a lo muerto, purificar la impureza y honrar con la adopción filial a los que eran siervos por naturaleza. Que todos lo aclamen: ¿Quién como tú, oh Dios? Sí, es bueno hasta el punto de no recordar las injurias y perdonar los pecados del resto de su heredad, bajo cuyo nombre hay que incluir a los creyentes de Israel, ya que la gran mayoría fue a la ruina más completa por negarse a creer.
Y no contuvo su ira como memorial. Fuimos arrojados en Adán, pero recibidos en Cristo. Si por la transgresión de uno —dice— murieron todos, así por la justicia de uno solo vivirán muchos. Cesó de airarse: Porque Dios es misericordioso. En el momento de la conversión, esto es, de la encarnación o, lo que es lo mismo, de la asunción de la naturaleza humana, arrojó simbólicamente al mar los pecados de todos. Y como —dice— prometió a los santos padres Abrahán y Jacob multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, les dará —dice— lo que les prometió. Serán llamados padres de muchas naciones, esto es, no sólo de los descendientes de Israel según la carne, sino también de aquellos que son llamados hijos según la promesa.
Estos son los que, procedentes de la incircuncisión o de la circuncisión forman por la fe una sola unidad espiritual. Pues está escrito: No todos los descendientes de Israel son pueblo de Israel; es lo engendrado en virtud de la promesa lo que cuenta como descendencia. Los hombres de fe son los que reciben la bendición con Abrahán el fiel. Y por bendición puede entenderse la gracia de Cristo, por el cual y en el cual sea dada gloria a Dios Padre en unión del Espíritu Santo por los siglos. Amén.
San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Miqueas, 7 (72: PG 71, 774-775)
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