«Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil». Pero es que aun en la hipótesis de que Dios no conociera el futuro, no por eso dejaríamos de ejecutarlo ni de desearlo; lo que les ocurre a las cosas en función de la presciencia divina es que todo aquello que depende de nuestra libertad es útilmente ordenado al gobierno del universo y a la armónica disposición de lo creado. De donde se deduce que si Dios conoce previamente todo lo que cae bajo el dominio de nuestro libre albedrío, es lógico que cada cosa sea ordenada por la providencia según una auténtica escala de valores. Y el contenido de la oración de una persona, sus disposiciones, lo que cree y lo que desea obtener, serán conocidos de antemano, y una vez preconocidos, serán integrados en el orden de la providencia. Es como si dijera: a este orante que ha rezado con insistencia, lo escucharé en razón de su misma oración; en cambio, a este otro no lo escucharé o porque no es digno de ser escuchado, o porque me va a pedir lo que a él no le sería conveniente recibir o no sería decoroso que yo se lo concediera.
O también: a éste no le escucharé, por ejemplo, a causa de su misma oración; lo escucharé por él mismo. Que si alguno se siente turbado por el hecho de que al ser infalible la presciencia que Dios tiene de las cosas futuras, parece imponerse a las mismas una especie de necesidad, a este tal hay que responderle que Dios conoce esto mismonecesariamente, esto es, que aquel hombre no quiere ni necesaria ni firmemente lo mejor, o,que de tal modo va a querer lo peor, que será incapaz en el futuro de un cambio en mejor.
E inversamente —dice Dios—: cuando aquel otro me pida algo se lo concederé, por ser digno de mí, dado que él no rezará indignamente, ni se conducirá negligentemente en la oración. A este tal, apenas haya comenzado a orar, le concederé lo que solicita y mucho más sin comparación de lo que pide o concibe: es conveniente que yo le venza en generosidad y le conceda mucho más de lo que es capaz de pedir. Y puesto que va a continuar siendo así, le enviaré un ángel custodio, que desde ese preciso momento comience a colaborar en su salvación y lo asista siempre; en cambio, aquel otro que va a ser mejor que éste, le enviaré un ángel más digno.
A un tercero que, tras haberse consagrado a una doctrina por demás elevada, acabará por rajarse y recurrir a concepciones terrenas, le retiraré aquel magnífico colaborador: retirado el cual, según su merecido, inmediatamente un poder maligno tomará el relevo, que a la primera ocasión que se le presente para tender insidias a tu tibieza, la aprovechará en seguida induciéndole al pecado, al haberse él mismo mostrado pronto a pecar.
Esta es más o menos la forma en que se expresará —es de creer— aquel que todo lo preordena.
Opúsculo sobre la oración (6: PG 11, 438)
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