Qué duda cabe de que la asiduidad en escuchar la sagrada predicación es cosa buena; pero esta obra buena resultaría perfectamente inútil, si no fuera acompañada de la utilidad que se deriva de la obediencia.
Por tanto, para que no os reunáis aquí en vano, debéis trabajar con gran celo —como varias veces os he pedido encarecidamente y no me cansaré de repetirlo— por traer aquí otros hermanos, por exhortar a los que yerran, por aconsejar y no sólo de palabra, sino también con el ejemplo. La doctrina que se expone es de mayor peso si va avalada por la conducta y el tenor de vida. Aunque no pronuncies palabra, con sólo salir de la asamblea litúrgica y manifestar a los hombres que no asistieron a la sinaxis, a través de tu talante exterior, de la mirada, de la voz, de tu modo de andar y de toda la modesta compostura del resto del cuerpo el provecho que de la reunión has recabado, es ya una valiosa exhortación y un consejo.
Pues hemos de salir de aquí como si saliéramos del Santo de los santos, como caídos del cielo, hechos más modestos, filosofando, diciendo y haciéndolo todo moderada y comedidamente. De modo que al ver la esposa a su marido de vuelta de la asamblea, el padre al hijo, el hijo al padre, el siervo a su señor, el amigo al amigo, el enemigo al enemigo, todos caigan en la cuenta de la utilidad que hemos sacado de esta reunión: y se darán cuenta si advierten que volvéis más sosegados, más pacientes y más religiosos.
Piensa en qué misterios te ha sido dado participar, tú que estás ya iniciado, con quiénes ofreces aquel místico canto, con quiénes entonas el himno tres veces santo. Demuestra a los profanos que has danzado con los Serafines, que perteneces al pueblo celestial, que formas parte del coro de los ángeles, que has conversado con el Señor, que te has reunido con Cristo. Si de tal modo nos comportáramos, no necesitaríamos de discursos para con los que no asistieron a nuestra asamblea, sino que del provecho que nosotros hemos sacado se darían cuenta del propio perjuicio, y acudirían prontamente para poder disfrutar de idénticas ventajas.
Cuando vieren con sus propios ojos la hermosura de vuestra alma, aun cuando fueren los más estúpidos de los hombres, arderán en deseos de vuestra eximia belleza. Si ya la belleza corporal es capaz de suscitar la admiración en los espectadores, mucho más puede conmoverles la hermosura del alma, e incitarles a un parecido celo.
Adornemos, pues, nuestro hombre interior, y recordemos en la calle lo que aquí se dijere: allí es donde las circunstancias nos exigen no echarlo en olvido. Como el atleta demuestra en la arena lo que ha aprendido en la palestra, así también nosotros debemos manifestar en nuestras relaciones exteriores lo que aquí hubiéramos oído.
Homilía 4 (PG 51, 179-180)
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