¡Bendito seas, Señor, Padre de los cielos y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los chiquillos! ¿Quién es este «yo» que tengo que negar? Ese ser prudente, esa sabiduría, ese pensar que sabéis lo que os cumple, ese pensar que sois gran letrado y que os lo sabéis todo, eso habéis de dejar.
Aun si fuese en hacer zapatos, o en hacer una cosa, o en cualquier otro oficio, bien, aun en eso, súfrese; pero en las cosas que tocan a nuestra salvación, en este negocio de ir al cielo, en cómo estaréis en la gracia de Dios, cómo ayunaréis, cómo rezaréis, no lo podéis saber. Dejar tenéis vuestro saber; en todo lo que sea de servir a Dios no penséis que lo sabéis; negar tenéis vuestro saber para haber de entenderlo. No hay medio para que Dios se os descubra y os enseñe qué cosa es tener amor con Dios y con los prójimos, qué cosa es tener humildad y castidad y mansedumbre, y para que os enseñe qué es hablar cosas de Dios, sino negar vuestro saber y arrimaros al saber de Dios. Pensar que no sabéis lo que os cumple, sino poneros todo en las manos de Dios.
No podemos apreciar ni tener esas cosas en lo que son, porque, como dice el Apóstol, no las entiende el hombre animal sin Dios. Todo lo que es dones y frutos del Espíritu Santo no lo alcanza el hombre animal sino ayudado del mismo espíritu de Dios.
¿Qué es lo que llama el Apóstol hombre animal? Al que llama el evangelio de hoy sabio y prudente. Gracias te hago, Señor, Padre del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y prudentes. A éstos, pues, llama san Pablo animales. Eso es, que esté el otro Platón y el otro Aristóteles, y que sepan todo cuanto quisieren, tanto que se espante el vulgo de oírlos hablar, y si Dios no los enseña, animales son.
¿Qué es eso? Que aunque tengas el juicio cuan alto quisieres, sábete que no puedes con tu saber alcanzar a conocer la sabiduría de Dios; aunque te estires cuanto quisieres, no puedes alcanzar a conocer el espíritu de Dios, no puedes saber lo que te cumple. Aunque seas un Aristóteles, no te hace más ese saber, no puedes por eso conocer el saber de Dios, si no niegas tu saber y tu razón y te tienes por que no sabes ni entiendes nada.
Más es menester para hacerte necio que para hacerte gran letrado; y ésta es una de las grandes guerras y más dificultosas de vencer que tienen los que han estudiado y están vezados a razonar y disputar, y llevarlo por argumentos y sotilezas, que es hacerse chicos de los que Jesucristo dice, hacerse que no saben ni entienden nada, que no se pueden remediar si Dios no les socorre. Más es menester para negarse que para hacerse doctor en teología.
Y si de mi parecer me desarrimo, ¿en quién quedaré, padre?, ¿a quién seguiré? Arrímate al saber de Dios. Rígete por sólo el parecer de Dios. Niégate a ti mismo y sigue a Cristo. ¡Triste de ti, que cuando se hace el parecer de Dios te pesa, y cuando se hace lo que tú quieres te place! Cuando piensas que se ha de hacer la voluntad de Dios, temes; y cuando lo que la tuya quiere, te alegras. Al revés había de ser. ¿No estás mejor confiado de Dios que de ti? ¿No estás mejor arrimado a Dios que no arrimado a ti? Quita todo eso. ¡Triste de ti, que no sabes lo que te cumple! Nunca llegarás a Cristo si no quitas ese tu parecer.
Y yo estoy siempre contigo, dice Dios. Esta es buena sabiduría de aquellos con que Dios está, que se guían por el consejo y parecer de Dios; y poco es el saber de los que por su cabeza y parecer se quieren guiar. Neguemos, hermanos, nuestro saber, y estemos colgados del saber de Dios. Guía tú, Señor, y seguirte hemos; más vale tu consejo, aunque a mí me parezca recio, que el mío; más vale tu errar, si fuese así que pudieses errar, Señor, que no mi acertar. Quita ese parecer, corta esa confianza que tienes en tu saber.
Sermón 78 (BAC I1I, 293-296)
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