Entre los valores humanos nada Se apetece más santamente, nada se busca con mayor utilidad, nada es más difícil de encontrar, ninguna experiencia es más dulce, ni se retiene con mayor índice de rentalibilidad que la amistad, pues tiene un fruto para esta vida presente y para la futura. Porque la amistad sazona con su suavidad todas las demás virtudes, anula con su fuerza los vicios, hace más llevadera la adversidad, administra bien la prosperidad, hasta el punto de que, sin amigos, apenas si es posible la felicidad entre los mortales. Puede parangonarse con una bestia el hombre que no tiene con quién congratularse en los días de prosperidad ni compartir sus tristezas en los momentos difíciles; a quién descubrir sus negros pensamientos, a quién comunicar las ideas sublimes o luminosas que se le ocurrieren y que se sitúan al margen de lo ordinario. ¡Pobre del solo si cae: no tiene quien lo levante! Y solo absolutamente está quien sin un amigo está.
Y, por el contrario, ¡qué felicidad, qué seguridad, qué dicha tener alguien con quien puedas hablar como contigo mismo!, ¡a quien no temas confesar tus eventuales fallos!, ¡ a quien puedas revelar sin rubor tus posibles progresos en la vida espiritual!, ¡a quien puedas confiar todos los secretos de tu corazón y comunicarle tus proyectos!
¿Puede haber cosa más agradable que unir así un alma a otra alma y hacer de dos un solo ser, sin temer jactancia alguna, sin recelar ninguna sospecha, sin que uno se sienta dolido de ser por el otro corregido, sin que deba notar o censurar adulación ninguna en las alabanzas del otro? Un amigo fiel —dice el Sabio— es un talismán. ¡Muy bien dicho! No hay efectivamente revulsivo más enérgico, ni más eficaz, ni más cualificado para nuestras heridas en todas las temporales eventualidades, que tener alguien que sepa venir a nuestro encuentro, sufriendo con nosotros, en toda desgracia, y congratulándose con nosotros en los sucesos prósperos, de modo que —como dice el Apóstol—, arrimando los dos el hombro, se ayuden mutuamente a llevar sus cargas. Con una salvedad: que cada uno siente más llevadera la injuria propia que la del amigo.
Así pues, la amistad hace más espléndidos los momentos de prosperidad y, al comunicarlas y compartirlas, más llevaderas las adversidades. El amigo fiel es, pues, un magnífico talismán. Porque —y en esto compartimos la opinión con los paganos— el amigo nos es mucho más útil que el agua y el fuego. En todo trabajo, en cualquier empresa, en las cosas ciertas como en las dudosas, en un acontecimiento cualquiera, en cualquier condición, en público y en privado, en toda decisión, en casa o en la calle, en todas partes es grata la amistad, necesario el amigo, útil la gracia.
Y, lo que excede a toda ponderación, la amistad es un grado cercano a la perfección, que consiste en el amor y conocimiento de Dios: de esta forma el hombre, de amigo del hombre, se convierte en amigo de Dios, según lo que el Salvador dice en el evangelio: Ya no os llamo siervos, sino amigos míos.
Tratado sobre la amistad espiritual (Lib 2: Edit J. Dubois, 53-57)
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