Gloriémonos, hermanos, de ser pobres por Cristo; pero procuremos ser humildes con Cristo. Nada más detestable que un pobre soberbio, nada más miserable: pues ahora lo atenaza la pobreza y la soberbia lo esclavizará para siempre. En cambio, un pobre humilde, si bien es abrasado y purificado en el crisol de la pobreza, exulta con el refrigerio que le procura la riqueza de la conciencia, se consuela con la promesa de una santa esperanza, sabiendo y experimentando que es suyo el reino de Dios, que lo lleva ya dentro de sí como en germen o en raíz, a saber, como primicia del Espíritu y prenda de la herencia eterna.
Le habéis sacado, si no me equivoco, gusto a vuestra tarea: adquiriendo los bienes supremos a cambio de cosas despreciables y dignas tan sólo de ser arrojadas por la ventana. Efectivamente, no reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo. Y si estamos convencidos de esto, ¿por qué confesamos paladinamente que el reino de Dios está dentro de nosotros? Lo que está dentro de nosotros es realmente nuestro, pues nadie puede arrebatárnoslo contra nuestra voluntad.
¡Oh preclara herencia de los pobres!, ¡oh dichosa posesión de quienes nada tienen! Ciertamente no sólo nos proporcionas todo cuanto necesitamos, sino que abundas en toda clase de gloria, desbordas todo tipo de alegría, como la medida rebosante que os verterán: Realmente tú traes riqueza, fortuna copiosa y bien ganada.
Vosotros, pues, que sois amigos de la pobreza y os es grata la humildad de espíritu, habéis recibido de la Verdad inmutable la seguridad de poseer el reino de los cielos, aseverando, que es vuestro y guardándooslo fielmente en depósito, a condición sin embargo de que vosotros mismos conservéis en vuestro pecho esta esperanza hasta el final con la cooperación de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea el honor y la gloria por todos los siglos de los siglos.
Beato Guerrico de Igny
Sermón en la solemnidad de Todos los Santos (5.6.7: SC 202, 508.510.512.514)
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