Cristo nos dio su carne para saciarnos, invitándonos a una amistad cada vez más íntima. Acerquémonos, pues, a él con fervor y con una ardiente caridad, y no incurramos en castigo. Pues cuanto mayores fueren los beneficios recibidos, tanto más gravemente seremos castigados si nos hiciéramos indignos de tales beneficios.
Los magos adoraron también este cuerpo recostado en un pesebre. Y siendo hombres irreligiosos y paganos, abandonando casa y patria, recorrieron un largo camino, y al llegar, lo adoraron con gran temor y temblor. Imitemos al menos a estos extranjeros nosotros que somos ciudadanos del cielo. Ellos se acercaron efectivamente con gran temor a un pesebre y a una gruta, sin descubrir ninguna de las cosas que ahora te es dado contemplar: tú, en cambio, no lo ves en un pesebre, sino sobre un altar; no contemplas a una mujer que lo tiene en sus brazos, sino al sacerdote que está de pie en su presencia y al Espíritu, rebosante de riqueza, que se cierne sobre las ofrendas. No ves simplemente, como ellos, este mismo cuerpo, sino que conoces todo su poder y su economía de salvación, y nada ignoras de cuanto él ha hecho, pues al ser iniciado, se te enseñaron detalladamente todas estas cosas. Exhortémonos, pues, mutuamente con un santo temor, y demostrémosle una piedad mucho más profunda que la que exhibieron aquellos extranjeros para que, no acercándonos a él temeraria y desconsideradamente, no se nos tenga que caer la cara de vergüenza.
Digo esto no para que no nos acerquemos, sino para que no nos acerquemos temerariamente. Porque así como es peligroso acercarse temerariamente, así la no participación en estas místicas cenas significa el hambre y la muerte. Pues esta mesa es la fuerza de nuestra alma, la fuente de unidad de todos nuestros pensamientos, la causa de nuestra esperanza: es esperanza, salvación, luz, vida. Si con este bagaje saliéramos de aquel sacrificio, con confianza nos acercaríamos a sus atrios sagrados, como si fuéramos armados hasta los dientes con armadura de oro.
¿Hablo quizá de cosas futuras? Ya desde ahora este misterio te ha convertido la tierra en un cielo. Abre, pues, las puertas del cielo y mira; mejor dicho, abre las puertas no del cielo sino del cielo de los cielos, y entonces contemplarás lo que se ha dicho. Todo lo que de más precioso hay allí, te lo mostraré yo aquí yaciendo en la tierra. Pues así como lo más precioso que hay en el palacio real no son los muros ni los techos dorados, sino el rey sentado en el trono real, así también en el cielo lo más precioso es la persona del Rey.
Y la persona del Rey te es dado contemplarla ya ahora en la tierra. Pues no te presento a los ángeles, ni a los arcángeles, ni a los cielos, ni a los cielos de los cielos, sino al mismo Señor de todos ellos. ¿Te das cuenta cómo en la tierra contemplas lo que hay de más precioso? Y no solamente lo ves, sino que además lo tocas; y no sólo lo tocas, sino que también lo comes; y después de haberlo recibido, te vuelves a tu casa. Purifica, por tanto, tu alma, prepara tu menté a la recepción de estos misterios.
San Juan Crisóstomo, Homilía 24, sobre la primera carta a los Corintios (4: PG 61, 204-205)
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