El Señor Jesús en la conversación que mantuvo con sus discípulos después de la cena, próximo ya a la pasión, como quien está para partir y privarlos de su presencia corporal, aunque permaneciendo con todos los suyos, con su presencia espiritual, hasta el fin del mundo, les exhortó a soportar las persecuciones de los impíos, a quienes designó con el nombre de mundo. Y sin embargo afirma que ha escogido a sus discípulos sacándolos del mundo, para que supieran que por la gracia de Dios son lo que son, y por sus vicios fueron lo que eran. A continuación añade: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí: y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. ¿Qué relación tienen estas palabras con lo que antes había dicho: Pero ahora han visto y, a pesar de eso, nos han tomado odio a mí y a mi Padre. Pero así se cumple lo escrito en la ley: «Me odiaron sin razón»?
¿Es que cuando vino el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, convenció a los que habían visto y odiado con un testimonio más evidente? Efectivamente, ya que su manifestación convirtió a la fe, activa en la práctica del amor, incluso a algunos de aquellos que vieron y todavía odiaban.
Para mejor comprenderlo, recordemos la sucesión de los hechos. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre ciento veinte hombres que estaban juntos, entre los cuales se hallaban también todos los Apóstoles. Cuando éstos, llenos del Espíritu, empezaron a hablar en lenguas extranjeras, varios de los que odiaban, estupefactos ante semejante maravilla y traspasado el corazón, se convirtieron. Y entonces, obtuvieron el perdón merced a aquella preciosa sangre tan impía y cruelmente derramada, de suerte que fueron redimidos por la misma sangre que ellos derramaron. Pues la sangre de Cristo de tal manera fue derramada para el perdón de todos los pecados que tiene poder de cancelar incluso el pecado por el que fue derramada. Intuyendo esto el Señor, decía: Me odiaron sin razón. Cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí. Como si dijera: Viéndome, me odiaron y me mataron; pero el Paráclito dará de mí un testimonio tal que les hará creer cuando no me vean.
Y también vosotros, dice, daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Lo dará el Espíritu Santo, lo daréis también vosotros. Pues por estar conmigo desde el principio, podéis anunciar lo que sabéis, y para que no lo hagáis todavía, aún no se os ha comunicado la plenitud de aquel Espíritu. Así pues, él dará testimonio de mí, y también vosotros; os dará valentía para ser mis testigos el amor de Dios, que ha sido derramado en vuestros corazones con el Espíritu Santo, que os será dado.
San Agustín de Hipona, Tratado 92 sobre el evangelio de san Juan (1-2: CCL 36, 555-556)
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