Después de haber cuidadosamente demostrado que los Corintios son reos de varias culpas, Pablo adopta en la acusación un tono más suave, abandonando la vehemencia inicial. A continuación centra sus reflexiones sobre la mesa mística, para infundirles mayor temor. Yo, dice, he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido. ¿Dónde está la lógica? ¿Estás hablando de una comida fraterna y traes a colación tan estupendos misterios? Naturalmente, contesta.
En efecto, si aquella tremenda mesa se propone indistintamente a todos, ricos y pobres, y de ella no se aprovecha más el rico y menos el pobre, sino que todos tienen igual dignidad y un mismo acceso; si hasta que todos han comulgado y participado de esta espiritual y sagrada mesa, no se retiran las ofrendas que se han presentado, sino que todos los sacerdotes esperan, de pie, hasta que llegue el más vil y miserable, con mayor razón debe observarse idéntica cortesía en esta mesa material. Por eso traje a la memoria la cena del Señor: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre».
Seguidamente se ocupa con detención de aquellos que participan indignamente de estos misterios, atacándolos e increpándoles con vehemencia, demostrándoles que quienes temeraria y negligentemente reciben la sangre y el cuerpo de Cristo, padecerán la misma pena que los que mataron a Cristo. Inmediatamente vuelve al tema anterior, diciendo: Así que, hermanos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros; si uno está hambriento, que coma en su casa, para que vuestras reuniones no acaben con una sanción. Y concluye el discurso con el temor del suplicio diciendo: Para que vuestras reuniones no acaben con una sanción, o sea, en sentencia condenatoria y en el bochorno. No es posible, dice, compaginar una comida o una mesa con la humillación del hermano, con la falta de respeto a la asamblea, con tanta voracidad e intemperancia. Tal mesa no constituye un placer, sino que es un suplicio y una pena. Pues os atraéis una severa venganza al afrentar a los hermanos, despreciar a la asamblea y al convertir el lugar santo en casa propia, cuando tenéis mesa aparte. Oyendo esto, hermanos, tapad la boca de quienes interpretan temerariamente las palabras y la doctrina del Apóstol; corregid a los que utilizan las Escrituras en propio y ajeno perjuicio. Sabéis muy bien a propósito de qué dijo Pablo: Porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, a saber, de las disensiones que suelen surgir con motivo de los banquetes, ya que mientras uno pasa hambre, el otro está borracho.
Con fe sincera, demos testimonio de una vida coherente con la doctrina, mostremos una gran benevolencia para con los pobres y preocupémonos en serio de los indigentes; cuidémonos de los intereses del espíritu y no indaguemos más de lo necesario. Estas son las riquezas, esta es la especulación, este el tesoro inexhaurible, si transferimos todos nuestros bienes al cielo, y, libres de temor, confiamos plenamente en la seguridad de nuestro depósito.
Que todos nosotros, después de haber vivido esta vida según su voluntad, podamos conseguir el gozo eterno, preparado para los que obtienen la salvación, por la gracia y la misericordia del verdadero Dios y Salvador nuestro Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio junto con el Padre y su santísimo Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la primera carta a los Corintios 11, 19 (4-5: PG 51, 259-260)
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