Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros. Ya veis que este es su mandamiento; ya veis que quien obra contra este mandamiento comete pecado, pecado de que carece el que ha nacido de Dios. Tal como nos lo mandó: que nos amemos mutuamente. Quien guarda sus mandamientos. Ya veis que no se nos manda otra cosa, sino que nos amemos unos a otros. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
¿Acaso no es evidente que la obra del Espíritu Santo en el hombre, es que en él esté la dilección y el amor? ¿Acaso no es evidente lo que dice el apóstol Pablo: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado? Hablaba, pues, del amor y decía que debemos interrogar nuestro corazón en presencia de Dios. En caso de que no nos condene nuestra conciencia, esto es, si da testimonio de que el amor fraterno es la fuente de todo lo que de bueno hay en nuestras obras. Añadamos además que, hablando del mandamiento, Juan dice: Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. En efecto, si compruebas poseer la caridad, posees el Espíritu de Dios para comprender, lo cual es sobremanera necesario.
En los primeros tiempos, el Espíritu Santo descendía sobre los creyentes, y hablaban en lenguas que no habían aprendido, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Eran signos apropiados a los tiempos. Pues era muy conveniente que el Espíritu Santo fuera significado por este don de la universalidad de lenguas, ya que a través de todas las lenguas habría de difundirse el evangelio de Dios por todo el orbe de la tierra. Una vez significado esto, el signo pasó.
¿Acaso esperamos hoy que aquellos sobre quienes se imponen las manos para que reciban el Espíritu Santo, se pongan a hablar en lenguas? ¿O es que cuando impusimos las manos a estos niños, estaba cada uno de vosotros pendiente a ver si se ponían a hablar lenguas? Y al comprobar que no hablaban en lenguas, ¿hubo alguno de vosotros de corazón tan perverso que dijera: «Estos no han recibido el Espíritu Santo, pues de haberlo recibido, hablarían en lenguas como sucedía entonces»? Y si ahora no se testifica la presencia del Espíritu Santo mediante este tipo de milagros, ¿qué hacer, cómo conocer que uno ha recibido el Espíritu Santo?
Que cada uno interrogue su corazón: si ama al hermano, el Espíritu Santo permanece en él. Que vea y se examine a los ojos de Dios, que vea si ama la paz y la unidad, si ama a la Iglesia extendida por toda la tierra. Que mire de no amar solamente al hermano que tiene ante sí: pues son muchos los hermanos que no vemos y a los que estamos vinculados en la unidad del Espíritu. ¿Hay algo de extraño en que no estén con nosotros? Formamos un solo cuerpo, tenemos una sola cabeza en el cielo. Por tanto, si quieres saber si has recibido el Espíritu Santo, pregunta a tu corazón, no sea que tengas el sacramento y te falte la virtud del sacramento. Pregunta a tu corazón; si en él hay un lugar para el amor fraterno, estáte tranquilo. No puede haber amor sin el Espíritu de Dios, puesto que Pablo exclama: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
San Agustín de Hipona, Tratado 6 sobre la primera carta de san Juan (9-10: SC 75, 296-300)
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