Habiendo el Señor Jesús predicho a sus discípulos las persecuciones de que iban a ser objeto después de su partida, continuó diciendo: Esto no os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, pero ahora me voy al que me envió. ¿Qué significan estas palabras, sino lo que aquí dice del Espíritu Santo, esto es, que vendría sobre ellos y que daría testimonio cuando fueren objeto de persecuciones, no lo había dicho antes porque estaba con ellos?
Por consiguiente, aquel consolador o abogado se había hecho necesario después de la partida de Cristo y, por eso, no había hablado de él desde el principio cuando estaba con ellos, porque su presencia física los consolaba. Pero al marcharse él, era oportuno que les hablara de la venida del Espíritu, con el cual el amor iba a derramarse en sus corazones, capacitándoles para predicar la palabra de Dios con valentía, mientras él, desde dentro, da testimonio de Cristo en lo íntimo de sus almas. Así también ellos podrían dar testimonio de Cristo, sin escandalizarse cuando los judíos, sus adversarios, les echaran de las sinagogas y les diesen muerte pensando que daban culto a Dios. De hecho, la caridad, que debía ser derramada en sus corazones con el don del Espíritu Santo, todo lo aguanta.
El sentido pleno de sus palabras sería, por tanto, éste: que se disponía a hacer en ellos sus mártires, es decir, sus testigos por medio del Espíritu Santo, de modo que, actuando él en ellos, fueran capaces de soportar la persecución y toda clase de contrariedades sin que se enfriara en ellos el fervor de la predicación, inflamados con aquel fuego divino. Os he hablado –dice– de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho. Es decir, os he hablado de esto no solamente porque habréis de sufrir persecuciones, sino porque cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí, para que vosotros no calléis esto por temor, con lo cual también vosotros daréis testimonio. No os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, y yo os consolaba con mi presencia corporal, accesible a vuestros sentidos humanos, que, aunque pequeños, erais capaces de percibir.
Pero ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros –dice– me pregunta: ¿adónde vas? Quiere dar a entender que se va a ir de tal manera, que nadie tendrá por qué preguntarle, ya que lo verán manifiestamente irse ante sus mismos ojos. Anteriormente, en efecto, sí que le preguntaron dónde pensaba irse, y les había contestado que se iba a un lugar donde ellos no eran por entonces capaces de ir. Ahora, en cambio, promete irse de modo que ninguno tenga necesidad de preguntarle adónde se va. Una nube le ocultó a sus ojos cuando ascendió dejándolos a ellos. Y al subir al cielo, no le hicieron pregunta alguna: simplemente le siguieron con la mirada.
San Agustín de Hipona, Tratado 94 sobre el evangelio de san Juan (1-3: CCL 36, 561-563)
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