Corremos efectivamente y corremos hacia la patria; y si desesperamos poder llegar, la misma desesperación nos hace desfallecer. Pero el que quiere que lleguemos, para tenernos con él en la patria, nos alienta en el camino. Digamos, pues: Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. No digamos que estamos unidos a él, si vivimos en las tinieblas. Pero, si vivimos en la luz lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros. Vivamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, para poder estar unidos a él. Y, ¿qué hacemos con los pecados? Escucha lo que sigue: Y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. ¿Qué significa nos limpia los pecados? Estad atentos: Ya sabéis que en el nombre de Cristo y por la sangre de aquel a quien acaban de confesar éstos a quienes llamamos infantes, han quedado ya limpios de todo pecado. Entraron viejos, salieron niños. La vejez decrépita es la vida vieja; la infancia regenerada es la vida nueva. Y nosotros, ¿qué hacemos? Los pecados de la vida pasada no sólo les han sido perdonados a ellos, sino también a nosotros; pero es posible que, viviendo en medio de las tentaciones de este mundo después de la abolición y el perdón de todos los pecados, se hayan cometido otros nuevos. Por eso, que el hombre haga lo que pueda; confiese lo que es para que le cure el que siempre es lo que es: pues él siempre era y es; nosotros no éramos y somos.
Fíjate bien lo que dice: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Por tanto, si te confiesas pecador, la verdad está en ti, pues la verdad es luz. Aún no brilla tu vida en todo su esplendor, porque en ti habita el pecado; pero ya has comenzado a ser iluminado, porque en ti mora la confesión de los pecados. Mira en efecto lo que sigue: Pero, si confesamos nuestros pecados, él que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. No sólo los pecados pasados, sino los que hubiéramos contraído en la vida actual, pues el hombre, mientras vive en la carne, no puede menos de tener pecados, siquiera leves. Pero no debes minusvalorar éstos que llamamos pecados leves. Si los minusvaloras al pesarlos, tiembla al contarlos. Muchas cosas pequeñas hacen una grande; muchas gotas hacen desbordar el río; muchos granos hacen un gran granero. Y ¿qué esperanza nos queda? Ante todo, la confesión: que nadie se considere justo y, ante los ojos de Dios que ve lo que es, no alce la cerviz el hombre que no era y es. Por tanto, ante todo la confesión, luego la dilección; pues ¿qué es lo que se ha dicho del amor? El amor cubre la multitud de los pecados.
San Agustín de Hipona, Tratado 1 sobre la primera carta de san Juan (5-6: SC 75, 124-126)
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