Según mi criterio, no es suficiente afirmar, en la confesión de mi fe, que el Señor Jesucristo, mi Dios y tu Unigénito, no es una mera criatura; ni soporto que se emplee una tal expresión al referirse a tu santo Espíritu, que procede de ti y es enviado por medio de él. Yo siento una gran veneración por las cosas que a ti te conciernen. Sabiendo que sólo tú eres el Ingénito y que el Unigénito ha nacido de ti, no se me ocurrirá no obstante decir que el Espíritu Santo ha sido engendrado, ni jamás afirmaré que ha sido creado. Me temo que, de esta manera de hablar, que me es común con el resto de tus representantes, pudieran derivarse para ti hasta ciertas mal disimuladas injurias. Según el Apóstol, tu Espíritu Santo sondea y conoce tus profundidades y tu abogado en favor mío te dice cosas que yo jamás sería capaz de decir: ¿y yo, a la potencia de su naturaleza permanente que procede de ti a través de tu Unigénito, no sólo la llamaré, sino que además la infamaré llamándola «creada»? Nada, sino algo que te pertenezca, puede penetrar tu intimidad: ni el abismo de tu inmensa majestad puede ser mensurado por fuerza alguna que te sea ajena o extraña. Todo lo que está en ti es tuyo: ni puede serte ajeno lo que es capaz de sondearte.
Para mí es inenarrable el que te dice, en favor mío, palabras que yo no puedo expresar. Pues, así como en la generación de tu Unigénito, antes de todos los tiempos, queda en suspenso toda ambigüedad de expresión y toda dificultad de comprensión, y resta solamente que ha sido engendrado por ti, así también, aun cuando no llegue a percibir con los sentidos la procesión de tu Espíritu Santo de ti a través de él, lo percibo no obstante con la conciencia.
En efecto, en las cosas espirituales soy tardo de comprensión, como dice tu Unigénito: No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo»; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Habiendo obtenido la fe de mi regeneración, no la entiendo; y poseo ya lo que ignoro. Renazco sin yo sentirlo, con sola la virtualidad de renacer. Al Espíritu no se le puede canalizar: habla cuando quiere, lo que quiere y donde quiere. Si, pues, desconozco el motivo de sus idas y venidas, aun siendo consciente de su presencia, ¿cómo podré colocar su naturaleza entre las cosas creadas y limitarla pretendiendo definir su origen? Todo se hizo por el Hijo, que en el principio estaba junto a ti, oh Dios, y la Palabra era Dios, como dice tu evangelista Juan. Y Pablo enumera todas las cosas creadas por medio de él: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Y mientras recuerda que todo ha sido creado en Cristo y por Cristo, del Espíritu Santo juzgó suficiente con indicar que es tu Espíritu.
Abrigando, como abrigo, los mismos sentimientos en tales materias que estos santos varones expresamente elegidos por ti, de suerte que no me atreveré a afirmar de tu Unigénito nada que, según su criterio, supere el nivel de mi propia comprensión, excepto que ha nacido; de idéntico modo tampoco diré de tu Espíritu Santo nada que, según ellos, vaya más allá de las posibilidades de la inteligencia humana, excepto que es tu Espíritu. Ni quiero perderme en una inútil pugna de palabras, sino mantenerme más bien en la perenne profesión de una fe inquebrantable.
Conserva, te lo ruego, esta incontaminada norma de mi fe y, hasta mi postrer aliento, concede esta voz a mi conciencia, para que me mantenga siempre fiel a lo que he profesado en el Símbolo de mi nuevo nacimiento, cuando fui bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: a saber, que pueda siempre adorarte a ti, Padre nuestro, junto con tu Hijo, y merezca a tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito. Porque para mí, mi Señor Jesucristo es idóneo testigo para creer, él que dijo: Padre, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; él que permanece siempre Dios en ti, de ti y junto a ti. ¡Bendito él por los siglos de los siglos! Amén.
San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 12, 55-56: PL 10, 468-472)
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