Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes. El Señor ilumina a sus santos y brilla en el corazón de los justos. Por eso, cuando vieres un sabio, has de saber que sobre él ha descendido la gloria de Dios, ha iluminado su mente con el fulgor de la ciencia y del divino conocimiento.
Iluminó hasta corporalmente la cara de Moisés y se transfiguró la gloria de su rostro, tanto que, al verla los judíos, se llenaron de temor; lo cual motivó que Moisés se echase un velo por la cara, para que no lo vieran los hijos de Israel y se llenaran de espanto.
El rostro de Moisés es el fulgor de la ley; el fulgor de la ley no radica en la letra, sino en la inteligencia de su contenido espiritual. Por eso, mientras Moisés vivió, cuando hablaba al pueblo judío se echaba un velo sobre la cara;mas después de la muerte de Moisés, Josué, hijo de Nun, ya no hablaba a los ancianos y al puebla a través del velo ,sino con la cara descubierta, y nadie se echaba a temblar. De hecho, Dios le había prometido que estaría con él como había estado con Moisés, y que igualmente lo glorificaría, pero no con la gloria del rostro, sino con el éxito en sus empresas. Con esto quería el Espíritu Santo dar a entender que había de venir el verdadero Jesús: si alguno se convirtiera a él y quisiera escucharle, se le quitaría el velo del corazón, y podría ver a cara descubierta al verdadero Salvador.
Así pues, Dios, Padre todopoderoso, iluminó el corazón de los pueblos paganos con la gloria reflejada en Cristo, mediante su venida. Es lo que declara evidentemente el apóstol, cuando escribe: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla», ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo Jesús.
Por eso David dice al Señor Jesús: Haz brillar tu rostro sobre tu siervo. Deseaba ver el rostro de Cristo, para que su alma pudiera ser iluminada: lo cual puede entenderse de la encarnación. De hecho, muchos profetas y justos desearon ver, como señaló el mismo Señor. No que buscase lo que le fue negado a Moisés, esto es, ver corporalmente el rostro del Dios incorpóreo; si es que el mismo Moisés, tan sabio y erudito, llegó realmente a solicitar esto sin más y no en el misterio; no obstante es muy humano desear sobre nuestras posibilidades. Y no sin razón deseaba ver el rostro del que había de venir por mediación de la Virgen, para ser iluminado en su corazón, como eran también iluminados los que se decían: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?
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