Carísimos: Salmodiemos con los sentidos tan atentos y con la inteligencia tan despierta, como nos exhorta el salmista cuando dice: Porque Dios es el rey del mundo: tocad con maestría. Es decir, que el salmo ha de ser cantado no sólo con el «espíritu», o sea, con el sonido de la voz, sino también con la «mente», meditando interiormente lo que salmodiamos, no ocurra que, dominada la mente por pensamientos extraños, se afane infructuosamente. Todo debe celebrarse como quien se sabe en presencia de Dios y no con el deseo de agradar a los hombres o a sí mismo. Tenemos, en efecto, de esta consonancia de la voz un modelo y un ejemplo en aquellos tres dichosísimos jóvenes de que nos habla el libro de Daniel, diciendo:
Entonces los tres, al unísono, cantaban himnos y glorificaban a Dios en el horno, diciendo: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres».
Ya ves cómo, para nuestra enseñanza, se nos dice que los tres, al unísono, alababan juntos al Señor, para que también nosotros todos expresemos igualmente al unísono un mismo sentir, con idéntica modulación de la voz. Así pues, en la salmodia, todos deben salmodiar; cuando se ora, todos deben orar; cuando se hace la lectura, todos deben igualmente escuchar en silencio, no suceda que, mientras el lector proclama la lectura, un hermano dificulte la audición orando en voz alta. Y si en alguna ocasión llegares mientras la celebración de la palabra, una vez adorado el Señor y trazada sobre la frente la señal de la cruz, disponte solícito a la escucha de la palabra.
Te es dado orar cuando todos oramos, y te es dado orar cuando quisieres y cuantas veces quisieres orar privadamente; pero con el pretexto de orar no pierdas la lectura, pues la lectura no siempre puedes hacerla a tu antojo, mientras que la posibilidad de orar siempre está a tu alcance. Ni pienses que de la escucha de la lectura divina se derive escaso provecho: al oyente, la misma oración le resulta más rica, pues la mente, nutrida con la reciente lectura, discurre a través de las imágenes de las cosas divinas que acaba de oír.
De hecho, María, la hermana de Marta, que, sentada a los pies del Señor, abandonando a su hermana, escuchaba con mayor atención su palabra, escogió para sí la parte mejor, según la aseveración del Señor. Esta es la razón por la que el diácono, con voz bien timbrada y a modo de pregón, amonesta a todos que tanto en la oración como al arrodillarse, en la salmodia como al escuchar las lecturas, observen todos la uniformidad: pues Dios ama a los hombres de unas mismas costumbres y los hace morar en su casa.
Tratado sobre el bien de la salmodia (13-14: PLS 3, 196-198)
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