En el antiguo Testamento, Elías fue un modelo de vida eremítica; en el nuevo lo fue aquel que vino con el espíritu y poder de Elías, es decir, san Juan Bautista. A mí me parece que, así como Juan vino con el espíritu y el poder de Elías, así también Elías procedió con el espíritu y poder de Juan. En efecto, lo que literalmente leemos de Elías, según el espíritu lo entendemos dicho de Juan.
Sabéis bien, hermanos, cómo, siendo ya inminente el tiempo del hambre, la Escritura introduce a Elías en conversación con Ajab y diciendo: Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab. Sin decirnos previamente nada ni de su genealogía, ni de su género de vida, ni de su religión, la Escritura lo introduce de modo imprevisto e inspirado como si no procediera de hombre o no viniera por conducto humano, sino como se escribió de nuestro Elías: Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Y ¿cuándo ocurrió esto? Ciertamente en el reinado de Ajab y de su impía esposa Jezabel. Con razón, durante su reinado, se abatió el hambre sobre la tierra, dejó de llover, no cayó rocío, se agostó todo. Por eso dijo Elías: ¡Vive el Señor, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando.
No ignoréis, hermanos, cómo, siendo ya inminente la venida del Salvador, hasta tal punto la soberbia y la lujuria reinaban en el mundo, que nadie parecía exento del ansia de poder, casi no había ninguno libre de la corrupción de la lujuria. Con razón reinó el hambre, faltó el pan, escaseaba el agua. ¿Cuándo? Precisamente al hacer su aparición nuestro Elías. Pues la ley y los profetas duraron hasta que vino Juan.
La ley, el pan; la doctrina profética, el agua. Efectivamente, hasta la llegada de Juan estaban en vigor ambas cosas: se observaba la ley y se escuchaba la doctrina de los profetas. Pero he aquí que irrumpe el hambre y la sed: no el hambre de pan ni la sed de agua, sino de escuchar la palabra de Dios. Huye Elías de la presencia de Ajab. Y Juan emigró lejos y habitó en el desierto, como dice el evangelista: Juan vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Y era necesario que así ocurriera, ya que el profeta que había de ser establecido sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir, edificar y plantar; que tenía la misión de corregir a los reyes y de degollar a los profetas de Baal; por medio del cual habría de enviarse sobre la tierra el rocío y la lluvia, primero debía retirarse a los lugares más recónditos y ser allí instruido en las realidades del espíritu.
Sermón sobre la interrelación Elías y Juan Bautista (Edit. C.H. Talbot, SSOC vol 1, p. 118)
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