Como consta que Jesucristo no se acercó a recibir el bautismo en provecho propio, sino en atención a nosotros, debemos hermanos muy amados, apresurarnos a recibir la gracia de su bautismo y sacar de la fuente del Jordán, que él bendijo, la bendición de esa misma consagración, de modo que en las olas en que su santidad se sumergió queden sumergidos nuestros pecados. O sea, para que la misma agua que circundó al Señor purifique completamente también a sus siervos, de modo que en virtud del venerable baño de Cristo, el agua santa nos aproveche a nosotros, nos purifique con una acción mucho más eficaz gracias a las huellas mismas y a los misterios mediante los cuales recibió la bendición del Salvador y derrame sobre los cristianos la gracia que de Cristo recibió.
Hemos de bañarnos, pues, hermanos, en la misma fuente en que Cristo se bañó, para llegar a ser lo que Cristo es. Lo diré, salvaguardando en todo la fe: si bien ambos bautismos son bautismos del Señor, sin embargo pienso que el bautismo en que nosotros somos lavados es más rico de gracia que aquel con que el Salvador fue bautizado. En efecto, nuestro bautismo es administrado por Cristo, aquél fue celebrado por Juan; en aquél el Maestro se excusa, en éste el Salvador nos invita; en aquél la justicia aún no es completa, en éste la Trinidad es perfecta; a aquél se acerca un santo y santo sale, a éste se acerca un pecador y se retira un santo; en aquél la bendición recae sobre los misterios, en éste, mediante el misterio, se perdonan los pecados. Debemos, por tanto, hermanos, ser bautizados en la misma agua en que fue bautizado el Salvador.
Ahora bien, para sumergirnos en la misma fuente que el Salvador no es necesario que nos desplacemos al próximo oriente, no es necesario ir al río de la tierra judía: ahora Cristo está en todas partes, y en todas partes se encuentra el Jordán. La misma consagración que bendijo los ríos orientales santifica igualmente las corrientes occidentales. En consecuencia, aunque sea diverso en el tiempo el nombre de los ríos, no obstante, en ellos está presente el misterio que fluye del Jordán.
¡Hagamos, pues, nosotros por nosotros lo que vemos que el Señor hizo por nosotros! ¡Hagamos para con nosotros, lo que tanto deseó Juan que se hiciera para con él! Si él, que era profeta, maestro y santo, deseó ardientemente el bautismo del Salvador, ¡cuánto más nosotros, pobres e ignorantes pecadores, debemos ambicionar esta gracia! Fijaos en la misericordia del Salvador: ¡se nos ofrece espontáneamente a' nosotros lo que el profeta, pidiéndolo, no consiguió recibir! Pero advirtamos cuál fue la causa por la que, habiendo pedido Juan el bautismo, no logró recibirlo.
A su petición, el Señor contestó con estas palabras: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Sabemos que Juan Bautista era el tipo de la ley. Era, pues, justo que fuera él quien bautizara al Señor, para que así como, según la carne, el Salvador nació de los judíos, así también, según el espíritu, el evangelio naciera de la ley; de suerte que de donde arrancaba su genealogía humana, de allí recibiera asimismo la consagración divina. Y esto es, en efecto, lo que dijo: Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Era, pues, justo, que cumpliera los mandatos de la ley que él mismo había promulgado, como dice en otra parte: No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.
Sermón 13 (1-4: CCL 23, 51-52)
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