La ley se dio por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Llama gracia y verdad a la institución del culto en espíritu y en verdad, por obra de los oráculos evangélicos, institución que va íntimamente ligada al poder y la fuerza. Era, en efecto, conveniente que Moisés, siendo siervo, fuese ministro de una sombra llamada a desaparecer; mientras que, quien es eterno, esto es, Cristo, fuese el revelador del culto eterno y permanente.
Cuál sea en realidad aquella eterna alianza, que Cristo consumará por medio de la fe en cuantos se acerquen a él, lo aclara al añadir a renglón seguido: las promesas santas hechas a David son fieles. Con estas palabras quiere significar: o que la promesa relativa a Cristo, salvador de todos nosotros, hecha al santo David, hay que hacerla extensiva a los gentiles que se convierten; o bien llama divinas y sagradas a las profecías referentes a Cristo, nacido del linaje de David según la carne. Y las llama santas porque hace santos a cuantos las reciben: del mismo modo que califica de «puro» al temor de Dios porque purifica, y «vida» al mensaje evangélico por cuanto comunica vida. Dijo efectivamente Cristo: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida, es decir, espirituales y vivificantes.
Son, pues, santas porque santifican y hacen justos e irreprensibles a cuantos las aceptan; y son fieles, porque suscitan la fe y generan la estabilidad en la fe y la piedad en la vida de todos los que las acogen. Esta es la fuerza y la eficacia de los vaticinios de Cristo. Al mencionar a David, es decir, a Cristo nacido del linaje de David según la carne, dijo seguidamente de él: A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones. De este modo atestigua que nuestro Señor Jesucristo enriquece con la luz del verdadero conocimiento de Dios a la multitud de los pueblos, en la medida en que son capaces de recibirla, es decir, en la medida en que la desean sin oponer resistencia. Dijo, en efecto, por medio de la lira del salmista: Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres. Mi boca hablará sabiamente, y serán muy sensatas mis reflexiones. Era necesaria, realmente necesaria, la sabiduría y la inteligencia a quienes habían errado, adorando con increíble ligereza la criatura en vez de al Creador, llamando dioses al leño y a la piedra.
Además, la Palabra se hizo carne: y les sugiere la razón diciendo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos. Estas fueron efectivamente las enfermedades de los paganos, pero gracias a él fueron redimidos. Pues fueron enriquecidos por él con el don de la sabiduría, pasando a ser capaces de comprender; ya no poseen un ánimo enfermizo y quebrantado, sino sano y capaz de emprender y llevar a término cualquier obra buena y que conduzca a la salvación.
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t 2: PG 70, 1223-1226)
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