Que seamos capaces de unirnos espiritualmente con Cristo mediante una disposición interior de caridad perfecta, con fe recta y firme, con ánimo sincero y deseoso de virtud, no es en absoluto impugnado por la doctrina de nuestros dogmas: al contrario, afirmamos que nos enseñan precisamente esto.
En efecto, ¿quién, en su sano juicio, puede poner en duda que si Cristo es comparado a la vid y nosotros a los sarmientos, es porque de él y por él tenemos la vida, sobre todo cuando Pablo afirma: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos de un mismo pan? Que alguien nos diga la causa de la mesa mística y nos explique su eficacia. ¿Por qué tomamos la eucaristía? ¿No será quizá para que la eucaristía haga habitar en nosotros a Cristo, incluso corporalmente, mediante la participación y la comunión de su sagrada carne? Evidente. Pablo escribe efectivamente que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa.
¿Cómo los gentiles se han hecho miembros del mismo cuerpo? Pues precisamente, siendo admitidos al honor de participar de la ofrenda mística, se han hecho un mismo cuerpo con Cristo, lo mismo que cada uno de los apóstoles. De lo contrario, ¿por qué razón llama miembros de Cristo a sus propios miembros, más aún, a los miembros de todos lo mismo que a los suyos? Escribe efectivamente: ¿Se os ha olvidado que sois miembros de Cristo?, y ¿voy a quitarle un miembro a Cristo para hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo!
Y el Salvador mismo dice: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. En este pasaje vale la pena señalar que Cristo no se limita a decir que habitará en nosotros por una cierta relación afectiva, sino mediante una participación natural. Lo mismo que si fundimos al fuego dos trozos de cera de ambos se forma una sola masa, así también mediante la participación del cuerpo de Cristo y de su preciosa sangre, Cristo en nosotros y nosotros en Cristo formamos una sola realidad.
No de otro modo puede revitalizarse lo que por naturaleza es corruptible, si no es uniéndose corporalmente al cuerpo de quien es vida por naturaleza, es decir, uniéndose al Unigénito. Pero por si mis palabras no acaban de infundir en tu ánimo la persuasión, otorga tu credibilidad a Cristo que dice personalmente: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 10: PG 74, 342)
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