Echemos mano del Apóstol para interpretar estos misterios. Pablo, en su carta a los Efesios, cuando nos presenta aquella gran aparición de Dios que tuvo lugar en la carne, dice en algún pasaje que no sólo a la naturaleza humana, sino también a los principados y potestades en los cielos se reveló la multiforme e inabarcable sabiduría de Dios, manifestada con la venida de Cristo entre los hombres. Dice así el texto: Mediante la Iglesia, los principados y potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él.
Y efectivamente, mediante la Iglesia se da a conocer a las potestades supramundanas la multiforme e inabarcable sabiduría de Dios, que realiza cosas grandes y admirables por sus opuestos. ¿Cómo, en efecto, de la muerte puede brotar la vida, del pecado la justicia, de la maldición la bendición, de la ignominia la gloria y la fuerza de la debilidad? Porque, en los primeros tiempos, las potestades supramundanas sólo conocieron una sabiduría de Dios simple y uniforme, que obraba maravillas conforme a su naturaleza. Y en las cosas visibles no había variedad, dado que, siendo la naturaleza divina fuerza y poder, libremente formaba todas las criaturas con un simple acto de voluntad, imprimiendo a la naturaleza de las cosas una virtualidad generativa, y creaba todas las cosas muy bellas, surgiendo de la misma fuente de la belleza.
Ahora, en cambio, por medio de la Iglesia, les es claramente manifiesta la naturaleza variada y multiforme de la naturaleza divina, como resulta de la conexión de los contrarios, como por ejemplo: el Verbo que se hace carne, la Vida uncida a la muerte, sus llagas y contusiones que sanan nuestras heridas; cómo abate la potencia del adversario con la debilidad de la cruz, cómo se manifiesta en la carne lo que es invisible por naturaleza, cómo redime a los cautivos, siendo él a la vez el redentor y el precio del rescate: en efecto, él se entregó por nosotros a la muerte como precio de la redención; cómo es presa de la muerte sin que lo abandone la vida; cómo acepta la condición de esclavo y sigue siendo soberano.
Los amigos del Esposo, conociendo por medio de la Iglesia todas estas realidades y otras semejantes, tan variadas y multiformes, fueron enriquecidos en su inteligencia para descubrir en el misterio un nuevo aspecto de la sabiduría divina: y si no es demasiado audaz afirmarlo, contemplando a través de la Esposa la belleza del Esposo, quedaron altamente maravillados, como ante una realidad inesperada e incomprensible.
De hecho, Dios, a quien —como dice Juan— nadie ha visto jamás, ni puede verlo, ha hecho de la Iglesia —como atestigua Pablo— su propio cuerpo y, mediante la agregación de aquellos que van siendo llamados a la salvación, la edifica en la caridad, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
Ahora bien, si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo es la cabeza del cuerpo, configurando el rostro de la Iglesia con su propia fisonomía, quizá sea debido a esto el que los amigos del Esposo, al contemplar estas realidades, se sientan más capaces de comprender: de hecho, por medio de la Iglesia, pueden ver con mayor transparencia al Esposo mismo, que de suyo escapa a su campo visual. Y de la misma forma que los que no pueden mirar de hito en hito al sol, pueden, no obstante, verlo reflejado en el agua, así también aquéllos ven en un espejo limpio, es decir, en el rostro de la Iglesia, al Sol de justicia, que es comprendido por la mente en la medida en que se manifiesta.
Homilía 8 sobre el Cantar de los cantares (PG 44, 947-950)
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