Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el Hijo de la Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del hombre, quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios y forma con Dios el Dios único.
Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por eso se dice también: Padre, éste es mi deseo: que sean uno, como tú, Padre, en mí yo en ti.
Así, pues, de acuerdo con el significado de esta conocida afirmación de la Escritura, no hay cuerpo sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.
Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios por naturaleza, y el Hijo del hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los miembros del cuerpo de su Hijo están unidos con él sólo místicamente. Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación, y lo que él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus miembros lo son por adopción, como está escrito: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Y por este mismo Espíritu les da poder para ser hijos de Dios, para que, instruidos por aquel que es el primogénito de muchos hermanos, puedan decir: Padre nuestro, que estás en los cielos. Y en otro lugar afirma: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
Nosotros renacemos de la fuente bautismal como hijos de Dios y cuerpo suyo en virtud de aquel mismo Espíritu del que nació el Hijo del hombre, como cabeza nuestra, del seno de la Virgen. Y así como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros renacemos para remisión de todos los pecados.
Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con todos los pecados del cuerpo entero, y con ellos subió a la cruz, así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a su cuerpo místico no se le imputase pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Este hombre, que es Cristo, es realmente dichoso, ya que, como Cristo-cabeza y Dios, perdona el pecado, como Cristo-cabeza y hombre no necesita ni recibe perdón alguno y, como cabeza de muchos, logra que no se nos apunte el delito.
Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único Salvador y único salvado, sufrió en su cuerpo físico sobre el madero lo que limpia de su cuerpo místico por el agua. Y continúa salvando de nuevo por el madero y el agua, como Cordero de Dios que quita, que carga sobre sí, el pecado del mundo; sacerdote, sacrificio y Dios, que, ofreciendo su propia persona a sí mismo, por sí mismo se reconcilió consigo mismo, con el Padre y con el Espíritu Santo.
Sermón 42 (PL 194, 1831-1832)
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