El Apóstol llama a Cristo Primogénito de toda criatura y Primogénito entre muchos hermanos, y, finalmente Primogénito de entre los muertos.
Es el primogénito de entre los muertos, por ser el primero que por sí mismo, superó los acerbos dolores de la muerte, comunicando además a todos la fuerza necesaria para el alumbramiento que supone la resurrección. Fue constituido primogénito entre los hermanos, por ser el primero que, en el nuevo parto de la regeneración, fue engendrado en el agua, nacimiento presidido por el aleteo de la paloma. Por medio de este nacimiento, se incorpora como hermanos a cuantos participan con él en una tal generación, convirtiéndose de este modo en primogénito de quienes, después de él, son regenerados en el agua y en el Espíritu. En una palabra: Cristo es el primogénito en las tres generaciones con que es vivificada la naturaleza humana: la primera es la generación corporal, la segunda la que se verifica mediante el sacramento de la regeneración, y la tercera, finalmente, la que tiene lugar a través de la esperada resurrección de entre los muertos.
Y siendo doble la regeneración operada por uno de estos dos medios: el bautismo y la resurrección, de ambas es Cristo príncipe y caudillo. En la carne es asimismo el primogénito: él es el primero y el único que ha llevado a cabo en sí mismo, por medio de la Virgen, un nacimiento nuevo y desconocido por la naturaleza, nacimiento que nadie, en el decurso de tantas humanas generaciones, fue capaz de realizar. Si la razón llegara a comprender estas realidades, comprendería asimismo el significado de la criatura, cuyo primogénito es Cristo. Conocemos, en efecto, un doble creación de nuestra naturaleza: la primera, cuando fuimos formados; la segunda, cuando fuimos reformados. Ahora bien, no hubiera sido necesaria una segunda creación, si no hubiéramos hecho inútil la primera mediante la prevaricación.
Envejecida, anticuada y caduca la primera creación, era necesario proceder, en Cristo, a la creación de una nueva criatura, pues —como dice el Apóstol— nada viejo debe hacer acto de presencia en la segunda criatura: Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras y deseos, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Y: El que vive con Cristo —dice— es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo. Uno e idéntico es el Hacedor de la naturaleza humana que creó lo que existe desde la aurora de los siglos y lo que posteriormente ha sido hecho. Al principio modeló al hombre del polvo; más tarde, tomando el polvo de la Virgen, no se limitó a modelar un hombre, sino que plasmó su propia humanidad. Entonces creó, luego fue creado; entonces el Logos hizo la carne, luego el Logos se hizo carne, para que nuestra carne se espiritualizara. Al hacerse uno de nosotros, asumió la carne y la sangre.
Con razón, pues, es llamado primogénito de esta nueva criatura cristiana de la que él es caudillo, constituido en primicia de todos, tanto de los que nacen a la vida, como de los que renacen en virtud de su resurrección de entre los muertos, para que sea el Señor de vivos y muertos y consagre en sí mismo, que es la primicia, a la totalidad de los bautizados.
Contra Eunomio (Lib 4: PG 45, 634. 635638)
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