Bautizados, somos iluminados; iluminados, recibimos la adopción filial; adoptados, se nos conduce a la perfección; perfeccionados, se nos da el don de la inmortalidad. Dice la Escritura: Yo declaro: Sois dioses e hijos del Altísimo todos. Esta operación recibe nombres diversos: gracia, iluminación, perfección, baño. Baño, porque en él nos purificamos de nuestros pecados; gracia, porque se nos condonan las penas debidas por el pecado; iluminación, que nos facilita la visión de aquella santa y salvífica luz, esto es, que nos posibilita la contemplación de Dios; y llamamos perfecto a lo que no carece de nada. Sería realmente absurdo llamar gracia de Dios a una gracia que no sea perfecta y completa en todos los sentidos: el que es perfecto, distribuirá normalmente dones perfectos.
Si en el plano de la palabra, nada más ordenarlo todo vino a la existencia, en el plano de la gracia, bastará que él quiera otorgarla para que esa gracia sea plena. Lo que ha de suceder en un futuro, es anticipado gracias al poder de su voluntad. Añádase a esto que la liberación de los males es ya el comienzo de la salvación. No bien hemos pisado los umbrales de la vida, ya somos perfectos: y comenzamos a vivir en el instante mismo en que se nos separa de la muerte. Por tanto, en seguir a Cristo está nuestra salvación. Lo que ha sido hecho en él, es vida. Os lo aseguro —dice—: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida. Así pues, el solo hecho de creer y de ser regenerado es la perfección en la vida, pues Dios jamás es deficiente.
Del mismo modo que su querer es ya una realidad y una realidad que llamamos mundo, de igual modo su proyecto es la salvación de los hombres, una salvación que lleva el nombre de Iglesia. Conoce, pues, a los que él llamó y salvó: porque a un mismo tiempo los llamó y los salvó. Vosotros mismos —dice el Apóstol— habéis sido instruidos por Dios. Sería, en efecto, blasfemo considerar imperfecta la enseñanza del mismo Dios. Y lo que de él aprendemos es la eterna salvación del Salvador eterno: a él la gracia por los siglos de los siglos. Amén.
Apenas uno es regenerado cuando —como su mismo nombre lo indica— queda iluminado, es inmediatamente liberado de las tinieblas y es gratificado automáticamente con la luz. Somos totalmente lavados de nuestros pecados y, de pronto, dejamos de ser malos. Esta es la gracia singular de la iluminación: nuestra conducta no es la misma que antes de descender a las aguas bautismales. Pero dado que el conocimiento se origina a la vez que la iluminación, ilustrando la mente, y los que éramos rudos e ignorantes inmediatamente nos oímos llamar discípulos, ¿es esto debido a que la iniciación susodicha se nos dio previamente? Imposible precisar el momento. Lo cierto es que la catequesis conduce a la fe y que la fe nos la enseña el Espíritu Santo juntamente con el bautismo. Ahora bien, que la fe es el único y universal camino de salvación de la naturaleza humana y que la ecuanimidad y comunión del Dios justo y filántropo es la misma para con todos, lo expuso clarísimamente Pablo, diciendo: Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo, hasta que llegara Cristo y Dios nos aceptara por la fe Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedago. ¿No acabáis de oír que ya no estamos bajo la ley del temor, sino bajo el Logos, que es el pedagogo del libre albedrío? A continuación añade Pablo una expresión libre de cualquier tipo de parcialidad: Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.
El Pedagogo (Lib 1, cap. 6, 2627.3031: SC 70, 159161.167)
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