martes, 28 de febrero de 2017

Una Meditación y una Bendición

Todo el cuerpo de la Iglesia ha de estar purificado de cualquier tipo de corrupción

Carísimos: entre todos los días que la devoción cristiana celebra con especiales muestras de honor, ninguno tan excelente como la festividad pascual, que consagra en la Iglesia de Dios la dignidad de todas las demás solemnidades. En realidad, hasta la misma generación materna del Señor está orientada a este sacramento, y el Hijo de Dios no tuvo otra razón de nacer, que la de poder ser crucificado. En efecto, en el seno de la Virgen fue asumida una carne mortal; en esta carne mortal se llevó a cabo la economía de la pasión; y, por un designio inefable de la misericordia de Dios, se convirtió en sacrificio de redención, en abolición del pecado y en primicias de la resurrección para la vida eterna. Y si consideramos lo que el mundo entero ha recibido por la cruz del Señor, reconoceremos que para celebrar el día de la Pascua con razón nos preparamos con un ayuno de cuarenta días, a fin de poder participar dignamente en los divinos misterios.

Pues no sólo los supremos pastores o los sacerdotes de segundo rango, ni solos los ministros de los sacramentos, sino todo el cuerpo de la Iglesia y la universalidad de los fieles ha de estar purificada de cualquier tipo de corrupción, para que el templo de Dios –que tiene como cimiento al mismo fundador– sea magnífico en todas sus piedras y luminoso en todas sus partes. Porque si es razonable que se embellezcan con toda clase de adornos las mansiones de los reyes y los palacios de los supremos jerarcas, de suerte que posean moradas más suntuosas aquellos que están en posesión de mayores méritos, ¡con qué esmero no habrá de edificar y con cuánto primor no convendrá decorar la mansión de la misma Deidad! Mansión que aun cuando no pueda iniciarse ni consumarse sin el concurso de su autor, exige sin embargo la colaboración de quien la construye, participando con la propia fatiga en su edificación. El material utilizado en la construcción de este templo es un material vivo y racional, que el espíritu de gracia incita para que voluntariamente se coadune en un todo compacto. Este material es amado y es buscado, para que a su vez busque el que no buscaba y ame el que no amaba, de acuerdo con lo que dice el apóstol san Juan: Nosotros debemos amarnos unos a otros, porque Dios nos amó primero.

Formando, pues, los fieles, global y singularmente considerados, un único y mismo templo de Dios, éste debe ser perfecto en la singularidad de sus miembros como lo es en la' universalidad. Y si bien la belleza de los miembros no es idéntica, ni es posible la igualdad de los méritos, dada la variedad de las partes, sin embargo el aglutinante de la caridad consigue una armoniosa comunión. Pues los que están vinculados por un santo amor, aun cuando no todos participen de los mismos beneficios de la gracia, todos no obstante se alegran mutuamente de sus bienes, y no puede serles extraño nada de lo que aman, por cuanto redunda en propio enriquecimiento la alegría que experimentan en el progreso ajeno.

Tratado 48 (CCL 138A 279-280)

domingo, 5 de febrero de 2017

La lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas

¡No podéis imaginaros cómo me escuece el alma al recordar las muchedumbres, que como imponente marea, se congregaban los días de fiesta y ver reducidas ahora a la mínima expresión aquellas multitudes de antaño! ¿Dónde están ahora los que en las solemnidades nos causan tanta tristeza? Es a ellos a quienes busco, ellos por cuya causa lloro al caer en la cuenta de la cantidad de ellos que perecen y que estaban salvos, al considerar los muchos hermanos que pierdo, cuando pienso en el reducido número de los que se salvan, hasta el punto de que la mayor parte del cuerpo de la Iglesia se asemeja a un cuerpo muerto e inerte.

Pero dirá alguno: ¿Y a nosotros qué? Pues bien, os importa muchísimo a vosotros que no os preocupáis por ellos, ni les exhortáis, ni les ayudáis con vuestros consejos; a vosotros que no les hacéis sentir su obligación de venir ni los arrastráis aunque sea a la fuerza, ni les ayudáis a salir de esa supina negligencia. Pues Cristo nos enseñó que no sólo debemos sernos útiles a nosotros, sino a muchos, al llamarnos sal, fermento y luz. Estas cosas, en efecto, son útiles y provechosas para los demás. Pues la lámpara no luce para sí, sino para los que viven en tinieblas: y tú eres lámpara, no para disfrutar en solitario de la luz, sino para reconducir al que yerra.

Porque, ¿de qué sirve la lámpara si no alumbra al que vive en las tinieblas? Y ¿cuál sería la utilidad del cristianismo si no ganase a nadie, si a nadie redujera a la virtud?

Por su parte, tampoco la sal se conserva a sí misma, sino que mantiene a raya a los cuerpos tendentes a la corrupción, impidiendo que se descompongan y perezcan. Lo mismo tú: puesto que Dios te ha convertido en sal espiritual, conserva y mantén en su integridad a los miembros corrompidos, es decir, a los hermanos desidiosos y a los que ejercen artes esclavizantes; y al hermano liberado de la desidia, como de una llaga cancerosa, reincorporándolo a la Iglesia.

Por esta razón te apellidó también fermento. Pues bien, tampoco el fermento actúa como levadura de sí mismo, sino de toda la masa, por grande que sea, pese a su parvedad y escaso tamaño. Pues lo mismo vosotros: aunque numéricamente sois pocos, sed no obstante muchos por la fe y el empeño en el culto de Dios. Y así como la levadura no por desproporcionada deja de ser activísima, sino que por el calor con que la naturaleza la ha dotado y en fuerza a sus propiedades sobrepuja a la masa, así también vosotros, si os lo proponéis, podréis reducir, a una multitud mucho mayor, a un mismo fervor y a un paralelo entusiasmo.

San Juan Crisóstomo
Homilía sobre Romanos 12, 20 (2: PG 51, 174)