viernes, 13 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre

Jesús es garante de una alianza más valiosa. De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Así pues, en cuanto que posee un sacerdocio que no pasa, en tanto permanece sacerdote eternamente; y en cuanto que permanece hombre, en tanto aparece menor. En consecuencia, o el sacerdocio acabará un día por terminar, o jamás dejará de ser menor. Pues el sacerdote es siempre menor que Dios, de quien es sacerdote.

No obstante, dos cosas hace el sacerdote: o intercede para ser escuchado, o da gracias una vez que ha sido escuchado. Intercediendo, ofrece el sacrificio de impetración; dando gracias, ofrece el sacrificio de alabanza. Intercediendo, presenta las necesidades de los pecadores, dando gracias, enumera los beneficios misericordiosamente concedidos a los que han dado la oportuna satisfacción. Intercediendo, pide el perdón para los reos; dando gracias, desea congratularse con los agraciados.

Así también Cristo, poseyendo un sacerdocio eterno, al que la muerte no puede poner fin, como sucede con el resto de los sacerdotes, intercedió por nosotros, ofreciendo sobre la cruz el sacrificio de su propio cuerpo, intercede incluso ahora por todos, deseando que nosotros mismos nos convirtamos en sacrificio puro para Dios.

Mas cuando la divina misericordia se haya plenamente cumplido en nosotros, cuando la muerte haya sido absorbida en la victoria, cuando se hayan acabado nuestros males, cuando, saciados de toda clase de bienes, ya no pecaremos, ni sufriremos, ni habremos de soportar a nuestro enemigo el diablo, sino que reinaremos en una total paz y felicidad, entonces ciertamente dejará de interceder por nosotros, pues ya no tendremos nada que pedir, pero jamás dejará de dar gracias por nosotros.

Pues así como ahora pedimos misericordia por medio de nuestro sacerdote, así también una vez instalados en la bienaventuranza, ofreceremos el sacrificio de alabanza por mediación de nuestro sacerdote. Testigo de ello es el Apóstol, que dice: Por medio de él ofrecemos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza. Y cuando dejase de ser sacerdote, ¿por mediación de quién ofreceremos continuamente el sacrificio de alabanza? ¿O es que viviremos eternamente sin alabar a Dios? Atestigua lo contrario el salmista, cuando dice: Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Por tanto, si eternamente resonara el cántico de alabanza, siempre le ofreceremos el sacrificio de alabanza, como nos dice el Apóstol: Por medio de él ofrecemos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza.

Cristo, pues, será siempre sacerdote y por su medio podemos ofrecer un sacrificio de alabanza: siempre menor, pues es sacerdote. Sin embargo, como quiera que Cristo es siempre uno, él es a un mismo tiempo sacerdote y Dios, un Dios a quien los fieles adoran, bendicen y glorifican juntamente con el Padre y el Espíritu Santo: él intercede, se compadece, agradece y da la gracia. Y así como enseñó a su Iglesia a observar esta norma en los sacrificios de cada día: que ore por los pecadores, tanto por los pecadores que aún se afanan en la tierra, como por los que abandonaron ya este mundo, y, en cambio por los mártires debe elevar acciones de gracias, lo mismo hace ahora también él con nosotros: cuando nos ve miserables, intercede por nosotros, mientras que cuando nos hubiera hecho dichosos, dará gracias. Y de esta forma, en ambos ministerios sacerdotales, el eterno sacerdote está en posesión de un sacerdocio que no pasa. Realmente es exacta la afirmación que encontramos en la carta a los Hebreos: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Carta dogmática contra los arrianos (PLS 4, 34-35)

jueves, 12 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Me casaré contigo en matrimonio perpetuo

En la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, clamando al Padre.

Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado, porque, dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad; en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza.

Y cómo esto sea, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice san Juan; y así lo pidió al Padre por el mismo san Juan, diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que, donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste; es, a saber, que hagan por participación en nosotros, la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa, de la manera que tú, Padre, estás en mí y yo en ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo, la claridad que me has dado, he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y tú en mí; para que sean perfectos en uno, para que conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco, se entiende, aquí quiere decir el Hijo al Padre que sean los santos una cosa esencial y naturalmente como lo son el Padre y el Hijo, sino que lo sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de amor.

De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios. De donde san Pedro dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor, de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud por la vida y la piedad, por el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza.

Hasta aquí son palabras de san Pedro, en.las cuales da claramente a entender que el alma participará al mismo Dios, que será obrando en él, acompañadamente con 4 la obra de la Santísima Trinidad, de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta, cuando se llega al estado perfecto, como decimos, ha llegado aquí el alma, se alcanza gran rastro y sabor de ella, al modo que vamos diciendo, aunque, como habemos dicho, no se puede decir.

¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en que os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!

San Juan de la Cruz
Cántico espiritual (Canción 39, 4-7)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Es fuerte el amor como la muerte

Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor.

Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla.

Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas.

Este nuestro amor para con Cristo es como un intercambio de dos cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al nuestro. Porque él nos amó primero y, con el ejemplo de amor que nos dio, se ha hecho para nosotros como un sello, mediante el cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial, por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: «Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?»

Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios, por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.

Balduino de Cantorbery
Tratado 10 (PL 204, 513-514.516)

martes, 10 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Somos el pueblo de Dios

Nosotros, carísimos hermanos, nosotros somos el pueblo de Dios, nosotros que, liberados a través del Mar Rojo, sacudimos el yugo de la servidumbre de Egipto, ya que por medio del bautismo hemos recibido el perdón de los pecados, que nos oprimían; nosotros que, a través de los afanes de la presente vida, como en la aridez del desierto, esperamos el ingreso en la patria celestial tal como se nos ha prometido. En ese mencionado desierto corremos el riesgo de desfallecer, si no nos comunican vigor los dones de nuestro Redentor; si no nos renuevan los sacramentos de su encarnación.

El es precisamente el maná que, como alimento celestial, nos reconforta para que no desfallezcamos en la andadura de la presente vida; él la roca que nos sacia con dones espirituales; la roca que golpeada por el leño de la cruz, manó de su costado y en beneficio nuestro el agua de la vida. Por eso dice en el evangelio: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Y según una sucesión de figuras bastante congruente, primero el pueblo fue salvado a través del mar, para llegar en un segundo momento y místicamente al alimento del maná y a la roca del agua, porque en primer lugar nos lava en el agua del segundo nacimiento, y luego nos conduce a la participación del altar sagrado, para darnos la oportunidad de comulgar en el cuerpo y sangre de nuestro Redentor. Nos ha parecido bueno exponer con cierta amplitud estas realidades relativas al misterio de la piedra espiritual, de la que tomó nombre el primer pastor de la Iglesia, y en la que se mantiene inmóvil e inquebrantable todo el edificio de la santa Iglesia y mediante la cual la Iglesia misma nace y se alimenta, porque en el corazón de los oyentes suelen quedar mucho más grabadas y a veces incluso con mayor amenidad las cosas prefiguradas en el pasado y luego esclarecidas mediante una explicación de su sentido espiritual, que aquellas propuestas a la aceptación creyente o a la ejecución operante mediante el solo recurso de una simple narración, sin el adorno de imágenes y ejemplos.

Procuremos, carísimos hermanos, que, acogiéndonos constantemente a la protección del baluarte de esta roca, jamás seamos arrancados de la firmeza de la fe ni por el terror provocado por la contrariedad de las cosas que pasan ni por la sirena de la comodidad. De momento, dando de lado a las delicias temporales, encontremos sólo deleite en los dones celestiales de nuestro Redentor, y, entre las brumas del siglo, hallemos sólo consuelo en la esperanza de aquella visión.

Meditemos atentamente el egregio ejemplo de David, profeta y rey, quien, no pudiendo encontrar solaz para su alma en la abundancia de honores y riquezas que trae consigo el ajetreo del reino, elevando finalmente la mirada del alma al deseo de las cosas celestiales, se acordó de Dios y se llenó de júbilo. Afanémonos, pues, en apartar de nuestro cuerpo y de nuestra alma el obstáculo de los vicios que acostumbran a impedir la visión de Dios, a fin de que merezcamos conseguirla. Pues a él no se llega si no es caminando en la rectitud de corazón, ni es posible contemplar su rostro inmaculado si no es por los limpios de corazón. Dichosos los limpios de corazón, porque ellosverán a Dios. Lo cual se digne concedernos el que se ha dignado prometerlo, Jesucristo, Dios y Señor nuestro, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Homilía 1 (16: CCL. 122, 117-118)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Éstos son los pastos que dio Dios a los creyentes

El Señor es mi pastor, nada me falta. Fijaos cómo se recomienda la Iglesia por boca de sus hijos: pues realmente aquel a quien Dios pastorea no puede caer y descarriarse. Este es nuestro rey, que día y noche rige nuestros corazones y nuestros cuerpos, conserva nuestros sentidos interiores y exteriores, y nada nos falta.

Es posible que haya quien afirme que aquel a quien Dios pastorea y nada le falta, tiene puestos los sentidos únicamente en las cosas temporales. ¿Qué significa «nada me falta», sino tener el oído atento a las peticiones que se le hacen? Rige y no niega nada. Lo que acaba de afirmar: Nada le falta es una gran cosa. Cuando no se peca contra Dios, él otorga la sabiduría, la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia: y si éstas no faltan, ¿qué puede ambicionar el avaro? Dios mismo en su totalidad va involucrado en estas virtudes: y aquel en quien Dios está con toda su plenitud nunca será reo.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar. ¡Gran cosa son estos pastos! Estos banquetes siempre sacian, nunca faltan. Porque, ¿os interesa saber cómo alimenta Dios a los que le esperan, es decir, a los que en él tienen puesta su confianza? Dijo el profeta: Mirad que llegan días en que enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Cuando nuestra alma llega a este campo de la ley y a las flores de la alianza, se siente alimentada, apacentada, nutrida, engordada y exulta en la simplicidad del corazón: el alma allí colocada progresa, descansa, exulta y se gloría.

Este buen pastor, que da la vida por sus ovejas, otorgó tales pastos a los creyentes que esperan en él y llegan allí donde hace descansar a las almas en seguridad. Por tanto, en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. ¡Gran cosa es este agua! Lava la suciedad, quita las manchas, hace capaz al rudo: despojando de la vieja condición humana, con sus obras, y revistiendo de la nueva condición, creada a imagen de Dios.

Este agua ostenta la primicia entre los elementos. Pero cuando este elemento recibe el Espíritu Santo, se convierte en sacramento, de modo que ya no es agua para beber, sino para santificar; ya no es agua común, sino alimento espiritual. Por medio de este agua los conduce fuera purificados, los hace perfectos, iluminándolos y colmándolos con el esplendor de la gracia: si creció el delito, sobreabundará la gracia.

Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Gracias, Señor Jesús, por habernos mostrado este aceite. En este aceite reconocemos el óleo del crisma. Cristo, en efecto, es llamado el Ungido, y los cristianos derivan su nombre de la «unción». Cuál sea esta copa, escuchad. Esta es la copa que el Señor tiene en la mano, un vaso lleno de vino drogado. Este es el cáliz respecto del cual gritó en el momento de su pasión: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Y porque nos dio un modelo de obediencia, añadió a renglón seguido: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. De este cáliz bebe la Iglesia, este cáliz es el que emborrachó a los mártires. Mas para que podáis apreciar la esplendidez de este cáliz, fijaos en el resplandor que irradia por todo el mundo la pasión de los apóstoles y de los mártires.

Homilía 50 del Crisóstomo latino
(PLS 4, 825-826.828-830)

domingo, 8 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Adorar a Dios mediante la verdadera santidad de las obras y del conocimiento

¿No es verdad que quien peregrina hacia Dios por el amor —aunque su tienda se vea todavía visible en la tierra—, no se desentiende ciertamente de la vida, pero sí que aparta a su alma de las pasiones, vive incluso en la mortificación de sus apetitos y no dispone ya del propio cuerpo, al que sólo le permite lo estrictamente necesario, para no ofrecerle en bandeja motivos de disolución?

¿Cómo va a necesitar aún de fortaleza quien está libre de todo mal, como si ya no viviera en este mundo y todo su ser estuviera con aquel a quien ama? ¿Qué uso va a hacer de la templanza, quien no la necesita? Tener apetencias tales que sea preciso recurrir a la templanza para reprimirlas, no es propio de quien está ya limpio, sino de aquel que todavía está bajo el dominio de las pasiones. La fortaleza tiene como misión vencer el miedo y la timidez. Es efectivamente indecoroso que el amigo de Dios, a quien Dios predestinó antes de crear el mundo a formar en las filas de los hijos adoptivos, sea juguete de las pasiones y temores y haya de emplearse en mantener a raya las perturbaciones del alma.

Más me atrevería a decir: así como uno es predestinado en base a sus obras futuras y a las consecuencias que de ellas se derivarán, así también él tiene por predestinado a aquel a quien ama por aquel a quien conoce: pues él no conoce el futuro a base de conjeturas más o menos ciertas como la mayor parte de los hombres que viven de conjeturas, sino que por conocimiento de fe recibe como cosa cierta lo que para los demás es incierto y oscuro. Y por la caridad le está ya presente el futuro.

En efecto, él ha creído —por profecía y por presencia—al Dios que no miente; por eso posee lo que ha creído y obtiene la promesa, pues es la verdad la que ha prometido; y como quiera que el que ha prometido es digno de fe, recibe con plena seguridad, mediante el conocimiento, el fin de la promesa.

Y el que conoce que el estado en que se encuentra le confiere la segura comprensión de las cosas futuras, va al encuentro del futuro por caridad. En consecuencia, no ansiará ciertamente conseguir los bienes de aquí abajo, persuadido como está de conseguir los que en realidad son los bienes verdaderos; deseará más bien poseer aquella fe que colme plenamente sus deseos: deseará, además, que cuantos más mejor lleguen a ser semejantes a él, para gloria de Dios, que alcanza su perfección mediante el conocimiento. Porque aquel que se asemeja al Salvador, se convierte él mismo en instrumento de salvación, por cuanto a la naturaleza humana le asiste la posibilidad de reproducir su imagen obedeciendo en todo sus mandamientos. Esto es adorar a Dios, mediante la verdadera santidad de las obras y del conocimiento.

Los tapices (Lib 6: PG 9, 295-298)

sábado, 7 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Quiero misericordia y no sacrificios

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si comprendierais lo que significa: «Quiero misericordia y no sacrificios», no condenaríais a los que no tienen culpa, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.

Y, al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Del Oriente al Poniente es grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones —dice el Señor de los ejércitos—, con las cuales palabras manifiesta con toda claridadque cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.

Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y si el Padre se refiere a su nombre es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el hombre ha sido hecho por él. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo, con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo porque es el de su Hijo y porque él mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la salvación de los hombres.

Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura. Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos.

Tratado contra las herejías (Lib 4,17, 4-6: SC 100, 590-594)

viernes, 6 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

Dios Padre flagela a la Iglesia para que crezca más vigorosa y fecunda

La viña del Señor es la Iglesia universal, consorte y esposa de Cristo, de la que Dios Padre dice al Hijo: Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa. El viñador que ama a la viña que produce el fruto esperado a su debido tiempo, cuando llega el tiempo de la poda, no deja en ella nada mustio ni seco. Después, cava en derredor hasta sus más profundas raíces, remueve profundamente la tierra con un buen azadón, y si ve que alguna raíz echa brotes, los corta con la podadera. Y cuanto más a conciencia arranca los brotes superfluos o inútiles, tanto más crece y produce frutos lozanos y abundantes.

Del mismo modo, Dios castiga y azota a los que ama: castiga a sus hijos preferidos. Aceptar la corrección aquí sobre la tierra es propio de aquellos a quienes es dado gozar de la eternidad; en cambio, el que murmura de la corrección no se acerca al que está sobre él. Más aún: pierde la herencia de la felicidad eterna, si no acepta con paciencia y amor la corrección de Dios Padre. Y si, además, murmurase de la corrección del Señor, tenga por cierto que incurrirá en la pena de los murmuradores.

Así que, amadísimos hermanos, vosotros no murmuréis si en alguna ocasión cayereis bajo la corrección del Señor; ni perdáis el ánimo al ser reprendidos por él. Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Con los castigos del Señor se debilita el ardor de los placeres carnales, a la vez que se robustecen las virtudes del alma. La carne pierde lo que tenía de superfluo; y el espíritu adquiere las virtudes de que carecía. De esta suerte, mediante los castigos del Señor aumentan las virtudes y son extirpados los vicios; se desprecian las cosas terrenas y se aman las celestiales.

Nosotros que esperamos, impacientes, los premios eternos, si nos sobreviniere alguna grave enfermedad o una fuerte tentación o incluso un notable detrimento en bienes materiales, debemos crecernos en tales dificultades, pues al arreciar la lucha, no cabe duda de que nos espera una victoria más gloriosa. La medida del ardor con que anhelamos a Dios se demuestra en esto: si caminamos hacia él no sólo en la tranquilidad y en la prosperidad, sino también en circunstancias adversas y difíciles. A los eternos gozos ya no nos es posible volver, si no es perdiendo los bienes temporales: y por eso en la esperanza de la alegría que no pasa, debemos considerar todas las cosas adversas como una no despreciable prosperidad.

La divina severidad no permite que nuestros pecados permanezcan impunes, sino que la ira de su juicio comienza al presente con nuestra corrección, para apaciguarse con la condenación de los réprobos. Porque el médico está en nuestro interior, y amputa el contagio del pecado, que no puede consentir se adhiera a la médula de los huesos: saja el virus de la corrupción con el bisturí de la tribulación. Es lo que dice la Verdad: A todo sarmiento mío que da fruto, Dios Padre lo poda, para que dé más fruto: pues el alma que se halla en la tentación, cuando considera lo que le aleja de su prístina solidez en la virtud, se echa a temblar preocupada ante la simple posibilidad de perder definitivamente lo que hace algún tiempo había comenzado a ser. Entonces empuña la espada de la oración, el llanto de la compunción, debilitando así la tentación y reportando sobre ella una gloriosa victoria. Aunque no el alma, sino la gracia de Dios por su medio.

Y así sucede que, el alma que en la prosperidad yacía perezosa y como infecunda, se alza más fuerte y vigorosa dispuesta a dar fruto.

Sermón 10 (13-14: PL 184, 927-928)

jueves, 5 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

El camino de la luz

He aquí el camino de la luz: el que quiera llegar al lugar designado, que se esfuerce en conseguirlo con sus obras. Este es el conocimiento que se nos ha dado sobre la forma de caminar por el camino de la luz. Ama a quien te ha creado, teme a quien te formó, glorifica a quien te redimió de la muerte; sé sencillo de corazón y rico de espíritu; no sigas a los que caminan por el camino de la muerte; odia todo lo que desagrada a Dios y toda hipocresía; no abandones los preceptos del Señor. No te enorgullezcas; sé, por el contrario, humilde en todas las cosas; no te glorifiques a ti mismo. No concibas malos propósitos contra tu prójimo y no permitas que la insolencia domine tu alma.

Ama a tu prójimo más que a tu vida. No mates al hijo en el seno de la madre y tampoco lo mates una vez que ha nacido. No abandones el cuidado de tu hijo o de tu hija, sino que desde su infancia les enseñarás el temor de Dios. No envidies los bienes de tu prójimo; no seas avaricioso; no frecuentes a los orgullosos, sino a los humildes y a los justos.

Todo lo que te suceda, lo aceptarás como un bien, sabiendo que nada sucede sin el permiso de Dios. Ni en tus palabras ni en tus intenciones ha de haber doblez, pues la doblez de palabra es un lazo de muerte.

Comunica todos tus bienes con tu prójimo y no digas que algo te es propio: pues, si sois partícipes en los bienes incorruptibles, ¿cuánto más lo debéis ser en los corruptibles? No seas precipitado en el hablar, pues la lengua es una trampa mortal. Por el bien de tu alma, sé casto en el grado que te sea posible. No tengas las manos abiertas para recibir y cerradas para dar. Ama como a la niña de tus ojos a todo el que te comunica la palabra del Señor.

Piensa, día y noche, en el día del juicio y busca siempre la compañía de los santos, tanto si ejerces el ministerio de la palabra, portando la exhortación o meditando de qué manera puedes salvar un alma con tu palabra, como si trabajas con tus manos para redimir tus pecados.

No seas remiso en dar ni murmures cuando das, y un día sabrás quién sabe recompensar dignamente. Guarda lo que recibiste, sin quitar ni añadir nada. El malo ha de serte siempre odioso. Juzga con justicia. No seas causa de división, sino procura la paz, reconciliando a los adversarios. Confiesa tus pecados. No te acerques a la oración con una mala conciencia. Este es el camino de la luz.

Caps 19, 1-3.5-7.8-12: Funk 1, 53-57

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Una Meditación y una Bendición

La segunda creación

El Señor soportó que su carne fuera entregada a la destrucción, para que fuéramos santificados por la remisión de los pecados, que se realiza por la aspersión de su sangre. Acerca de él afirma la Escritura, refiriéndose en parte a Israel y en parte a nosotros: Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Por tanto, debemos dar rendidas gracias al Señor, porque nos ha dado a conocer el pasado, nos instruye sobre el presente y nos ha concedido un cierto conocimiento respecto del futuro. Pero la Escritura afirma: No en vano se tiende la red a lo que tiene alas, es decir, que perecerá justamente aquel hombre que, conociendo el camino de la justicia, se vuelve al camino de las tinieblas.

Todavía, hermanos, considerad esto: si el Señor soportó sufrir por nosotros, siendo él el Señor de todo el universo, a quien Dios dijo en la creación del mundo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, ¿cómo ha aceptado el sufrir por mano de los hombres? Aprendedlo: los profetas, que de él recibieron el don de profecía, profetizaron acerca de él. Como era necesario que se manifestara en la carne para destruir la muerte y manifestar la resurrección de entre los muertos, ha soportado sufrir de esta forma para cumplir la promesa hecha a los padres, constituirse un pueblo nuevo y mostrar, durante su estancia en la tierra, que, una vez que suceda la resurrección de los muertos, será él mismo quien juzgará. Además, instruía a Israel y realizaba tan grandes signos y prodigios, con los que le testimoniaba su gran amor.

Al renovarnos por la remisión de los pecados, nos ha dado un nuevo ser, hasta el punto de tener un alma como de niños, según corresponde a quienes han sido creados de nuevo. Pues lo que afirma la Escritura, cuando el Padre habla al Hijo, se refiere a nosotros: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos. Y, viendo la hermosura de nuestra naturaleza, dijo el Señor: Creced, multiplicaos, llenad la tierra.

Estas palabras fueron dirigidas a su Hijo. Pero te mostraré también cómo nos ha hablado a nosotros, realizando una segunda creación en los últimos tiempos. En efecto, dice el Señor: He aquí que hago lo último como lo primero. Refiriéndose a esto, dijo el profeta: Entrad en la tierra que mana leche y miel, y enseñoreaos de ella. En consecuencia, hemos sido creados de nuevo, como también afirma por boca de otro profeta: Arrancaré de ellos —es decir, de aquellos que el Espíritu del Señor preveía— el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Por esto él quiso manifestarse en la carne y habitar entre nosotros. En efecto, hermanos, la morada de nuestros corazones es un templo santo para el Señor. Pues también dice el Señor: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea de los santos te alabaré. Por tanto, somos nosotros a quienes introdujo en la tierra buena.

Caps 5, 1-8; 6, 11-16: Funk 1, 13-15.19-21