lunes, 30 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Conviene orar y hacer votos a Dios continua y atentamente

Debemos orar, pero no de una manera mecánica, ni por el gusto de enhebrar palabras, ni por la costumbre de guardar silencio o de ponerse de rodillas, sino con sobriedad, esperando a Dios con el espíritu recogido, cuando él decidiese hacerse presente y visitar al alma a través de sus facultades externas y por conducto de los órganos de los sentidos; de esta forma, tanto cuando convenga orar en silencio, como cuando haya que rezar en voz alta o incluso a gritos, la mente estará fija en Dios. Pues lo mismo que cuando el cuerpo realiza un trabajo cualquiera, todo él se concentra en la obra que se trae entre manos y todos sus miembros se ayudan unos a otros, así también el alma debe consagrarse toda ella a la petición y al amor del Señor, de modo que ni se entretenga en bagatelas o se deje distraer por las preocupaciones, sino que toda su esperanza y su expectación estén colocadas en Cristo.

De este modo seremos iluminados por aquel que enseña el método correcto de la oración de petición y sugiere una oración pura y espiritual, digna de Dios, y la adoración que se hace en espíritu y verdad. Y lo mismo que el mercader de profesión no se contenta con una sola fuente de ingresos, sino que especula sobre todos los medios a su alcance para aumentar y acumular ganancias, empleando su habilidad y su ingenio ya en uno ya en otro negocio; y pasando de uno a otro método, da de lado los mercados improductivos por otros más rentables: así también nosotros debemos adornar nuestra alma acudiendo a los más variados artificios, a fin de poder ganarnos la suprema y ' auténtica ganancia, es decir, Dios, que nos enseñe a orar en verdad. Con esta condición, Dios descansará en la buena intención del alma, haciendo de ella el trono de su gloria, poniendo en ella su asiento y descansando en ella.

Y así como una casa, mientras su dueño está presente abunda en ornato, belleza y decoro, así también el alma que alberga a su Dios y en la que Dios permanece, está colmada de belleza y decoro, ya que tiene como guía y huésped al Señor con todo el cortejo de sus espirituales tesoros. Y cuando el Señor viere que el alma vive recogida en la medida de sus posibilidades, que incesantemente busca a Dios, que le espera día y noche y que clama a él, de acuerdo con su mandato de orar constantemente en cualquier negocio, el Señor —de acuerdo con su promesa— le hará Justicia y, purificada de toda su malicia, se la elegirá como esposa sin mancha y sin reproche.

Por lo demás, si crees que esta doctrina es verdadera, como realmente lo es, examínate a ti mismo y mira si tu alma ha logrado realmente esa luz que la guíe, la verdadera comida y bebida, que es el Señor. En caso negativo, busca día y noche hasta conseguirlo. Por ejemplo, cuando mires al sol, pregúntate por el verdadero sol: pues, palabra de honor, eres ciego. Al ver la luz, mira a ver si tu alma ha logrado ya la luz buena y verdadera. Porque todas las cosas visibles son sombra de las auténticas realidades que interesan al alma. En efecto, al margen del hombre perceptible existe otro hombre interior, y otros ojos que Satanás cegó y otros oídos que taponó. Y Jesús vino precisamente para devolver la salud a este hombre interior. A él la gloria y el dominio con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos. Amén.

De una antigua homilía del siglo V
(Hom 33: PG 34, 741-743)

domingo, 29 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

El Señor constituyó pastor supremo de toda la Iglesia al autor de esta confesión

El que mire ahora a Pedro, verá que no sólo se recobró suficientemente por la penitencia y el dolor vivísimo de la negación, en la que por debilidad cayó, sino que desterró totalmente de su alma el vicio de la arrogancia con que pretendía preferirse a los demás.

Queriendo el Señor mostrarnos a todos esto, después de haber padecido por nosotros la muerte y haber resucitado al tercer día, se dirigió a Pedro con aquellas palabras transmitidas en el evangelio de hoy, diciéndole: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?, es decir, más que mis discípulos.

Mira su conversión a la humildad. Antes, aun cuando nadie le había preguntado, se antepone a los demás, diciendo: Aunque todos... yo jamás; ahora, interrogado si le ama más que los otros, asiente a lo del amor, pero omite aquello de «más», diciendo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y entonces, ¿qué es lo que hace el Señor? Ahora que ve que Pedro no le falla en la caridad y que ha adquirido la humildad, da cumplimiento a lo que ya anteriormente le había anunciado, y le dice: Apacienta mis corderos.

A la Iglesia de los creyentes la llamó edificio: ahora le promete que le pondrá a él como fundamento. Y si queremos hablar acudiendo a imágenes de pesca, podríamos decir que le hace pescador de hombres, al decirle: Desde ahora serás pescador de hombres. Y como ahora está hablando de su grey, pone al frente de ella a Pedro comopastor, diciendo: Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

Pedro, interrogado una y otra vez si ama a Cristo, se contrista ante la reiterada pregunta pensando que no va a ser fiel. Pero sabiendo que ama y no ignorando que de esto es más consciente quien le interroga que él mismo, como acosado por ambas cosas, no sólo confiesa que ama, sino que proclama además que el Dios de todas las cosas es amado por él, diciendo: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. El saberlo todo es propio únicamente del Dios del universo.

Y el Señor, al autor de semejante confesión, no sólo lo constituye pastor y pastor supremo de la Iglesia, sino que, además, le dota de una fortaleza tal, que perseverará firme hasta la muerte, y muerte de cruz, quien fue incapaz de sostener con entereza ni siquiera la pregunta o el diálogo con una criada.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías con una juventud corporal y espiritual, esto es, usabas tu propia fortaleza, e ibas adonde querías, moviéndote con espontaneidad y usando en tu vida de la propia libertad; pero cuando seas viejo, llegado al final de tu juventud, tanto natural como espiritual, extenderás las manos, con lo que se da a entender que moriría en la cruz, a la cual subiría forzado.

Extenderás las manos, otro te ceñirá, es decir, te dará brío, y te llevará adonde no quieras, sacándote de esta vida. Nuestra naturaleza desea vivir y, por tanto, el martirio de Pedro era algo superior a sus fuerzas. Sin embargo. —dice el Señor— lo tolerarás por mí y por mi testimonio, inmolándote con mi ayuda y superando lo que está sobre la naturaleza.

Homilía 28 (PG 151, 358-359)

sábado, 28 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios

La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, 'se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida proviene de la participación de Dios, que consiste en ver a Dios y gozar de su bondad.

Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu y esperan continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuteronomio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hombre, y seguir éste con vida.

Aquel que obra todo en todos es invisible e inefable en su ser y en su grandeza, con respecto a todos los seres creados por él, mas no por esto deja de ser conocido, porque todos sabemos, por medio de su Verbo, que es un solo Dios Padre, que lo abarca todo y que da el ser a todo; este conocimiento viene atestiguado por el evangelio, cuando dice: A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Así, pues, el Hijo nos ha dado a conocer al Padre desde el principio, ya que desde el principio está con el Padre; él, en efecto, ha manifestado al género humano el sentido de las visiones proféticas, de la distribución de los diversos carismas, con sus ministerios, y en qué consiste la glorificación del Padre, y lo ha hecho de un modo consecuente y ordenado, a su debido tiempo y con provecho; porque donde hay orden allí hay armonía, y donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo, y donde todo sucede a su debido tiempo allí hay provecho.

Por esto, el Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir; porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios.

Tratado contra las herejías (Lib 4, 20, 5-7: SC 100, 640-642.644-648)

viernes, 27 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

En ti está la fuente viva

Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es este que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!

Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.

Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.

Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:

«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!

¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable! De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz».

El árbol de la vida (Opúsculo 3, 29-30.47: Opera omnia 8, 79)

jueves, 26 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Sobre el fundamento de la oración

Los que se acercan a Dios deben orar en gran quietud, paz y tranquilidad, sin acudir a gritos ineptos o confusos, sino dirigiéndose al Señor con la intención del corazón y la sobriedad del pensamiento.

Pues no es conveniente que el siervo de Dios viva en semejante estado de agitación, sino en la más completa tranquilidad y sabiduría, como dice el profeta: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Leemos que en los días de Moisés y de Elías, mientras que, en las apariciones con que fueron favorecidos, la majestad del Señor se hacía preceder de gran aparato de trompetas y de diversos prodigios, sin embargo, la misma venida del Señor se daba a conocer y se manifestaba en la paz, la tranquilidad y la quietud. Después —dice— se oyó una brisa tenue, y en ella estaba el Señor. De donde es lícito concluir que el descanso del Señor está en la paz y en la tranquilidad.

El cimiento que colocare el hombre y los comienzos con que comenzare permanecerán en él hasta el fin. Si comenzare a rezar con voz demasiado elevada y quejumbrosa, mantendrá idéntica costumbre hasta el final. Aunque, como quiera que el Señor está lleno de humanidad, sucederá que incluso a éste tal le prestará su auxilio. Es más, será la gracia misma la que lo mantendrá hasta el final en su manera de hacer, si bien es fácil de comprender que este modo de rezar es propio de los ignorantes ya que, amén del fastidio que produce en los demás, ellos mismos acusan turbación mientras oran.

Ahora bien, el verdadero fundamento de la oración es éste: vigilar los propios pensamientos y rezar con mucha tranquilidad y paz, de suerte que los demás no sufran escándalo de ningún tipo. Así pues, el que habiendo obtenido la gracia de Dios y la perfección, continuare hasta el final orando en la tranquilidad, será de gran edificación para muchos, porque Dios no quiere desorden, sino paz. En cambio, los que rezan a voz en grito se asemejan a los charlatanes y no pueden rezar en cualquier parte, ni en las iglesias, ni en las plazas; a lo sumo en lugares solitarios, donde se despachan a su gusto.

Por el contrario, los que rezan en la tranquilidad, edifican a todos donde quiera que oren. Debe el hombre emplear todas sus energías en controlar sus pensamientos y cortar por lo sano toda ocasión de imaginaciones peligrosas; debe concentrarse en Dios, sin abandonarse al capricho de los pensamientos, sino recoger estos pensamientos dispersos un poco por todas partes, sometiéndolos a una labor de discernimiento, distinguiendo los buenos y los malos. Es, pues, necesaria una gran dosis de diligente atención del espíritu, para saber distinguir las sugestiones externas provocadas por el poder del adversario.

De una homilía antigua
(Hom 6, 1-3: PG 34, 518-519)

miércoles, 25 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Tú que has sido crucificado juntamente con Cristo, ofrécete a Dios como sacerdote sin tacha

Puestos los ojos en aquel que es perfecto, con ánimo valeroso y confiado emprende esta magnifica navegación sobre la nave de la templanza, pilotada por Cristo e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.

Si es ya cosa grave cometer un solo pecado, y si precisamente por ello juzgas más seguro no arriesgarte a una meta tan sublime, ¿cuánto más grave no será hacer del pecado la ocupación de la propia existencia, y vivir absolutamente alejado del ideal de una vida pura? ¿Cómo es posible que quien vive inmerso en la vida terrena y está satisfecho con su pecado, escuche la voz de Cristo crucificado, muerto al pecado, que le invita a seguirle llevando a cuestas la cruz cual trofeo arrancado al enemigo, si no se ha dignado morir al mundo ni mortificar su carne? ¿Cómo puedes obedecer a Pablo, que te exhorta con estas palabras: Presenta tu cuerpo como hostia viva, santa, agradable a Dios, tú que tienes al mundo por modelo, tú que, ni transformado por un cambio de mentalidad ni decidido a caminar por esta nueva vida, te empeñas en seguir los postulados del hombre viejo?

¿Cómo puedes ejercer el sacerdocio de Dios tú que has sido ungido precisamente para ofrecer dones a Dios? Porque el don que debes ofrecer no ha de ser un don totalmente ajeno a ti, tomado, como sustitución, de entre los bienes de que estás rodeado, sino que ha de ser un don realmente tuyo, es decir, tu hombre interior, que ha de ser cual cordero inocente y sin defecto, sin mancha alguna ni imperfección. ¿Cómo podrás ofrecer a Dios estas mismas cosas, tú que no observas la ley que prohíbe que el impuro ejerza las funciones sagradas? Y si deseas que Dios se te manifieste, ¿por qué no escuchas a Moisés, que ordenó al pueblo abstenerse de las relaciones conyugales si quería contemplar el rostro de Dios?

Si estas cosas se te antojan baladíes: estar crucificado junto con Cristo, presentarte a ti mismo como hostia para Dios, convertirte en sacerdote del Altísimo y ser considerado digno de aquel grandioso resplandor de Dios, ¿qué cosas más sublimes podremos recomendarte si incluso las realidades que de ellas se seguirían van a parecerte deleznables? Del estar crucificado junto con Cristo se sigue la participación en su vida, en su gloria y en su reino; y del hecho de presentarse a Dios como oblación se consigue la conmutación de la naturaleza y dignidad humana por la angélica.

Ahora bien, el que es recibido por aquel que es el verdadero sacrificio y se une al sumo príncipe de los sacerdotes queda, por eso mismo, constituido sacerdote para siempre y la muerte no le impide permanecer indefinidamente. Por su parte, el fruto de aquel que se considera digno de ver a Dios no puede ser otro que éste: que se le considere digno de ver a Dios. Esta es la meta suprema de la esperanza, ésta es la plenitud de todo deseo, éste es el fin y la síntesis de toda gracia y promesa divina y de aquellos bienes inefables, que ni la inteligencia ni los sentidos son capaces de percibir.

Esto es lo que ardientemente deseó Moisés, esto es lo que anhelaron muchos profetas, esto es lo que ansiaron ver los reyes: pero únicamente son considerados dignos los limpios de corazón, que por eso mismo se les considera y son dichosos, porque ellos verán a Dios. Deseamos que tú te conviertas en uno de éstos, que, crucificado junto con Cristo, te ofrezcas a Dios como sacerdote sin tacha; que, convertido en sacrificio puro de castidad mediante una total y pura integridad, te prepares, con su ayuda, a la venida del Señor, para que también tú puedas contemplar, con corazón limpio, a Dios, según la promesa del mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, con quien sea dada la gloria al Dios todopoderoso, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Carta sobre la virginidad (Cap 24: PG 46, 414-416)

martes, 24 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Gran precursor del Sol de justicia y voz del mismo Verbo de Dios

Si la muerte de sus fieles le cuesta mucho al Señor y si el recuerdo del justo será perpetuo, ¿cuánto más no deberemos alabar el recuerdo de Juan, que llegó a las más aireadas cimas de la santidad y de la justicia, que saltó de gozo y fue el Precursor y heraldo del Verbo de Dios hecho carne por nosotros? De él dijo y afirmó Jesús que era el mayor de todos los profetas, santos y justos de este mundo. Si esto dijo de él, nada pueden añadir todas las alabanzas humanas, pues no necesita nuestros panegíricos quien recibió el testimonio y el favor del unigénito Hijo de Dios. Por tanto, mejor sería callarnos en presencia de aquel a quien la Escritura llama Voz de la Palabra del Altísimo. Pero puesto que recibió de Cristo, Señor de todo, tal testimonio y tamaño calificativo, que toda lengua fiel —en la medida de sus posibilidades— le cante un himno, no cierto, para añadir nada a semejante alabanza —¿cómo podríamos hacerlo?—, sino para pagarle una deuda. Por tanto, que cada cual cante con su lengua y proclame al unísono todas las maravillas que en Juan se han realizado.

Toda la vida del que fue el más grande de los nacidos de mujer, es una sucesión de milagros. Y no sólo la vida de Juan —profeta antes de nacer y máximo entre los profetas—, sino todo lo que a él se refiere, tanto antes de su nacimiento como después de su muerte, sobrepasa los verdaderos milagros. En efecto, las predicciones que de él hicieron los más preclaros profetas lo llaman no hombre, sino ángel, antorcha luciente, astro radiante dotado de luz divina, precursor del Sol de justicia y Voz del mismo Verbo de Dios.

¿Qué más cercano y afín a la Palabra de Dios que la Voz de Dios? Al acercarse su concepción, un ángel venido del cielo sana la esterilidad de Zacarías y de Isabel, prometiéndoles que en su avanzada vejez engendrarán un hijo los que eran estériles desde su juventud, y asegurándoles que muchos se alegrarían de aquel nacimiento, que traerá a todos la salvación. En efecto, será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; además se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor; con el espíritu y poder de Elías. Como éste, permanecerá virgen, habitará como él en el desierto y corregirá a los reyes y reinas culpables. Pero le superará principalmente por ser el Precursor de Dios, pues irá delante de él.

No siendo el mundo digno de él, desde los más tiernos años vivió habitualmente en el desierto, sin angustias, sin preocupaciones, llevando una vida tranquila, viviendo sólo para Dios, viendo únicamente a Dios y haciendo de Dios todas sus delicias. Vivirá, pues, en un lugar solitario de la tierra: Vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

Y así como hubo una hora en que el Señor, movido por su inefable clemencia para con nosotros pecadores, descendió del cielo, así también la hubo para que, por nosotros, Juan saliera del desierto a cumplir la voluntad de Dios. Y se mostró un ministro tal de la sobreabundante clemencia y de la bondad divina para con los hombres arrojados en el abismo del pecado, que, por su gran virtud, de tal modo atrajo a Dios a cuantos le veían, convirtiéndolos con sus milagros y mostrándoles su vida intachable, que no hubo otro igual a él. Exhortaba con una predicación digna de su santa vida, prometía el reino de los cielos, amenazaba con el fuego inextinguible y señalaba a Cristo como rey de la gloria, y decía: Tiene un bieldo en la mano: aventará la parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.

Homilía 40 (PG 151, 495-498.499)

lunes, 23 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Yo salvaré a mi pueblo

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer».

¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?

¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz?

Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.

Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es cierto que «cada cual va en pos de su apetito», ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

«Dichosos, por tanto —dice—, los que tienen hambre' y sed de la justicia —entiende, aquí en la tierra—, porque —allí, en el cielo— ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día».

Tratado 26 sobre el evangelio de san Juan (4-6: CCL 36, 261-263)

domingo, 22 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa

¿Puede haber algo más agradable y delicioso para hombres piadosos y deseosos de la verdadera vida, que gozar perpetuamente de Dios y encontrar reposo pensando en él? Porque si los que comen y beben hasta la saciedad y secundan sus fluctuantes caprichos tienen un cuerpo robusto y pletórico de vida, ¿cuánto más quienes se preocupan del alma y se nutren de las tranquilas aguas de la divina predicación, brillarán vestidos del tisú de oro y brocados, como atestigua el profeta?

Pues bien, cuando, de la palestra espiritual, llegamos al final de los misterios vivíficos, y el Señor ha puesto a nuestra disposición, como viático de inmortalidad, dones que superan toda ponderación, ¡ánimo! cuantos en este mundo suspiráis por las delicias de los arcanos, y, hechos partícipes de la vocación celestial, vestidos de una fe sincera como de un vestido nupcial, dirijámonos con presteza a la mística cena. Cristo nos recibe hoy en un banquete, Cristo nos sirve hoy; Cristo, el enamorado de los hombres, nos recrea.

Es tremendo lo que se dice, formidable lo que se realiza. Es inmolado aquel ternero cebado; es sacrificado el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. El Padre se alegra: el Hijo se ofrece espontáneamente al sacrificio, que hoy no ejecutan ya los enemigos de Dios, sino él mismo, para significar que, por la salvación de los hombres, él ha padecido voluntariamente el suplicio. ¿Quieres que te demuestre cómo en lo que acabo de decir se contiene el signo de una realidad concreta?

No te fijes en la brevedad de mis palabras o en nuestra insignificancia, sino en la voz y en la autoridad de quienes con anterioridad predicaron estas cosas. ¿Te das cuenta de la gran dignidad del pregonero? Fíjate ahora y considera la fuerza de cuanto él ha predicho. Dice: La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa. Estas cosas, carísimo, son símbolo de cuanto ahora se realiza. Las delicias de este banquete, espléndido por la magnificencia y variedad de sus manjares, son para ti. Está presente el autor mismo de tal magnificencia, se nos presentan dones divinos, está preparada la mística mesa, se ha mezclado el vino. Quien invita es el Rey de la gloria; el maestro de ceremonias es el Hijo de Dios; el Dios encarnado invita al Verbo: la Sabiduría subsistente de Dios Padre, que se construyó un templo no edificado por hombres, es la que distribuye su cuerpo como pan, y su sangre vivificante la escancia como vino. ¡Oh tremendo misterio!, ¡oh inefable designio del divino consejo!, ¡oh irrastreable bondad! El Creador se ofrece como alimento a la criatura, la misma vida se ofrece a los mortales como comida y bebida. Venid, comed mi cuerpo —nos exhorta—, y bebed el vino que he mezclado para vosotros. Yo mismo me he preparado como alimento, yo mismo me he mezclado para quienes lo deseen. Libremente me he encarnado, yo que soy la vida; voluntariamente quise ser partícipe de la carne y de la sangre, yo que soy el Verbo y la impronta hipostática del Padre, para salvaros. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Homilía 10 (PG 77,1015-1018)

sábado, 21 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

El Señor mandó que todo se hiciese en paz y concordia

El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel. Ved al Señor reconstruyendo Jerusalén, reuniendo a los deportados de su pueblo. Porque pueblo es Jerusalén y pueblo es Israel. Existe una Jerusalén eterna en los cielos, en la que también los ángeles son ciudadanos. Todos los ciudadanos de aquella ciudad gozan de la visión de Dios en aquella ciudad grande, espaciosa, celeste; para ellos el espectáculo es Dios mismo.

En cuanto a nosotros, vivimos desterrados de aquella ciudad: expulsados por el pecado para que no permaneciéramos en ella, y gimiendo bajo la carga de la mortalidad para que no volviéramos a ella. Fijóse Dios en nuestro destierro, y él, que reconstruye Jerusalén, restauró la parte derrumbada. ¿Que cómo la restauró? Reuniendo a los deportados de Israel. En efecto, cayó una parte y se convirtió en peregrina: Dios la miró con misericordia y salió en busca de quienes no le buscaban. ¿Cómo los buscó? ¿A quién envió a nuestro cautiverio? Envió al Redentor, según lo que dice el Apóstol: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Envió, pues, a nuestro cautiverio a su Hijo como Redentor. Lleva contigo, le dice, la alforja, y mete en ella el precio de los cautivos. Y efectivamente, se revistió de la mortalidad de la carne, en la que estaba la sangre, cuya efusión nos redimió. Con aquella sangre reunió a los deportados de Israel. Y si un día él reunió a los dispersos, ¿qué solicitud no deberemos desplegar ahora para que se congreguen los dispersos? Y si los dispersos fueron reunidos para que, de mano del artífice, entraran a formar parte del edificio, ¿cómo no deberán ser recogidos quienes, por impaciencia, cayeron en mano del artífice? El Señor reconstruye Jerusalén. A éste es a quien alabamos, a éste es a quien debemos alabar durante toda nuestra vida. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.

¿Cómo los reúne? ¿Qué hace para reunirlos? Él sana los corazones destrozados. Fíjate cómo se reúne a los deportados de Israel para sanar a los de corazón destrozado. Sana, pues, a los de corazón humillado, sana a los que confiesan las propias culpas, sana a quienes en sí mismos se castigan juzgándose con severidad, con el fin de hacerse capaces de experimentar su misericordia. A estos tales los sana; pero la total recuperación de la salud sólo se efectúa una vez que se haya superado la mortalidad, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad; cuando ya ninguna debilidad de la carne nos incitará, no ya al consentimiento, pero es que ni siquiera a la sugestión de la carne. El cuerpo, ciertamente —dice el Apóstol—, está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Esta es la garantía que ha recibido nuestro espíritu, a fin de que comencemos a servir a Dios en la fe, y, por la fe, seamos denominados justos, ya que el justo vive de fe.

Y todo lo que de momento lucha contra nosotros y nos opone resistencia es un producto derivado de la mortalidad de la carne. Vivificará —dice— también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros Para esto nos dio las arras, para obligarse a cumplir lo prometido. Porque, ¿qué puede hacer ahora en esta vida, cuando todavía somos confesores y aún no posesores? ¿Qué hará en esta vida? ¿Cómo se realizará la curación? Él sana los corazones destrozados Pero la total recuperación de la salud no se efectuará hasta el momento que dijimos. Y ahora, ¿qué? Venda las heridas. Que es como si dijera: el que sana los corazones destrozados, cuya total recuperación no se efectuará hasta la resurrección de los justos, de momento venda las heridas.

Comentario sobre el salmo 146 (4-5.6: CCL 40, 2124-2125.2126)

miércoles, 18 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Es grande mi nombre entre las naciones

La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico, de Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.

Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Yo soy el Gran Rey —dice el Señor—, y mi nombre es respetado en las naciones; en todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda pura.

En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por quien podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.

Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de Dios por el Espíritu. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad, y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma.

Comentario sobre el libro del profeta Ageo (14: PG 71. 1047 1050)

martes, 17 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa,es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero, si él no construye, en vano se cansan los albañiles. ¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Por esto, los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles. Como sabía que él mismo era interiormente edificado por el Señor, se lamentaba por aquéllos, temiendo haber trabajado inútilmente. Por tanto, nosotros os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también como operarios; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Y la casa de Dios es la misma ciudad. Pues la casa de Dios es el pueblo de Dios, ya que la casa de Dios es el templo de Dios. Y ¿qué es lo que dice el Apóstol? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Todos los fieles son la casa de Dios. Y no sólo los fieles presentes, sino también los que nos precedieron y ya han muerto, y todos los que vendrán después y que aún deben nacer a las realidades humanas hasta el fin del mundo: fieles innumerables congregados formando una sola realidad, pero cuyo número es conocido por Dios, según dice el Apóstol: El Señor conoce a los suyos. Aquellos granos que de momento gimen entre la paja, están destinados a formar un único montón, cuando al final de los tiempos la parva haya sido aventada. Así pues, toda la multitud de los santos fieles, que están a la espera de ser transformados de hombres en ángeles de Dios y ser colocados a la par con los ángeles, ángeles que ya no son peregrinos, pero que aguardan a que nosotros regresemos de nuestra peregrinación: todos juntos constituyen la única casa de Dios, una sola ciudad. Esa ciudad es Jerusalén. Posee centinelas: lo mismo que tiene albañiles que se afanan en su construcción, así también posee centinelas. A los centinelas se refiere el Apóstol cuando dice: Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Vigilaba el Apóstol, era guardián, vigilaba en la medida de sus posibilidades sobre aquellos a cuyo frente estaba. Lo mismo hacen los obispos. Pues si están colocados en un lugar más eminente es para que sobrevelen y en cierto modo protejan al pueblo.

Y de este puesto eminente habrá que dar peligrosa cuenta, a menos que ocupemos dicho puesto con aquel talante que nos sitúa por la humildad a vuestros pies, y oremos por vosotros para que os guarde aquel que conoce vuestros pensamientos. Nosotros podemos veros entrar y salir, pero hasta tal punto desconocemos lo que pensáis en vuestros corazones, que ni siquiera podemos ver lo que hacéis en vuestras casas. ¿Que cómo entonces ejercemos nuestro oficio de centinelas? Como hombres: en la medida de nuestras posibilidades, en la medida en que nos es dado. Nos esforzamos en nuestra misión de guardianes, pero nuestro esfuerzo sería en vano si no os guardara aquel que ve vuestros pensamientos. Os guarda cuando estáis despiertos y os guarda cuando dormís. El, en efecto, durmió una sola vez, en la cruz; pero resucitó y no vuelve a dormir. Sed Israel, porque no duerme ni reposa el guardián de Israel. ¡Animo, hermanos! Si deseamos escondernos a la sombra de las alas de Dios, seamos Israel. Nosotros velamos sobre vosotros como exigencia de nuestro oficio, pero deseamos ser custodiados juntamente con vosotros. Ante vosotros desempeñamos algo así como el oficio de pastores, pero respecto de aquel Pastor somos ovejas igual que vosotros. Desde esta cátedra os hablamos como maestros; pero somos condiscípulos vuestros en esta escuela bajo aquel único Maestro.

Comentario sobre el salmo 126 (2-3: CCL 40, 1857-1859)

lunes, 16 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

La Jerusalén celestial está fundada como ciudad

Jerusalén está fundada como ciudad. Se expresa de este modo para demostrar que todo lo dicho se refiere no a un edificio corporal, sino a la construcción de la ciudad espiritual. Y como aquella interna visión de paz está formada de la reunión de los ciudadanos santos, la Jerusalén celestial está fundada como ciudad. La cual, sin embargo, mientras en esta tierra de peregrinación es flagelada y tundida con las tribulaciones, sus piedras van cada día siendo talladas a escuadra.

Y esa misma ciudad, es decir, la santa Iglesia destinada a reinar en el cielo, de momento se fatiga en la tierra. A sus ciudadanos les dice Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción. Y Pablo añade: Sois campo de Dios, sois edificio de Dios. Pero conviene tener en cuenta que esta ciudad posee ya aquí en la tierra su propio edificio: el comportamiento de los santos. Ahora bien, en un edificio una piedra sostiene a la otra, pues van colocadas una sobre otra, y la que sostiene a una es a su vez sostenida por otra. Exactamente ocurre en la santa Iglesia: cada cual es sostén del otro y sustentado por el otro. Pues los que están cercanos se sostienen recíprocamente, para que gracias a ellos se vaya levantando el edificio de la caridad. A este propósito nos advierte san Pablo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Y subrayando la eficacia de esta ley, añade: Amar es cumplir la ley entera.

Por tanto, si yo me negara a aceptaros tal cuales sois y vosotros rehusarais aceptarme tal cual yo soy, ¿cómo puede levantarse entre nosotros el edificio de la caridad? En un edificio —ya lo hemos dicho— la piedra que sostiene es a su vez, sostenida, pues así como yo soporto ahora el carácter de quienes todavía son novatos en la práctica del bien, así también a mí me soportaron los que me precedieron en el temor del Señor, y me sostuvieron para que a mi vez, después de haber sido sustentado, aprendiera a sustentar a los demás. Y ellos mismos fueron a su vez sustentados por sus antepasados.

En cambio, las piedras que se colocan en la cima y en el remate del edificio son ciertamente' sustentadas por las anteriores, pero ellas no sostienen a otras, ya que quienes nazcan en los últimos tiempos de la Iglesia, esto es, hacia el fin del mundo, son efectivamente tolerados por sus mayores a fin de que su conducta sea positivamente meritoria, pero al no ser seguidos de otros que por su medio debieran progresar, no soportan sobre ellos piedra alguna de este edificio de la fe. De momento, pues, ellos son sostenidos por nosotros, mientras nosotros somos sostenidos por otros. Pero todo el peso del edificio recae sobre el cimiento, ya que nuestro Redentor es el único que carga con las limitaciones de todos. De él dice Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. El cimiento sostiene las piedras sin ser sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todas nuestras deficiencias, mientras que en él no existe mal alguno que debiera ser soportado. Sólo el que sustenta toda la construcción de la santa Iglesia es capaz de cargar con nuestras deficiencias y pecados. El dice, por boca del profeta, de los que todavía viven perversamente: Se me han vuelto una carga que no soporto más.

Y no es que el Señor se canse de soportar, él, cuyo divino poder ninguna fatiga puede afectar, sino que, utilizando un lenguaje humano, llama trabajo a la paciencia que tiene con nosotros.

Homilías sobre el profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 1, 5: CCL 142, 210-212)

domingo, 15 de junio de 2014

La veneranda predicación de las tres luminarias

Cuando tomamos la resolución de dar a conocer a otros la divinidad —a la que los mismos seres celestiales no pueden adorar como se merece—, soy consciente de que es algo así como si nos embarcásemos en una diminuta chalupa dispuestos a surcar el mar inmenso, o como si nos dispusiéramos a conquistar los espacios aéreos tachonados de astros, provistos de unas minúsculas alas. Pero tú, Espíritu de Dios, estimula mi mente y mi lengua, trompeta sonora de la verdad, para que todos puedan gozar con el corazón inmerso en la plenitud de la divinidad.

Hay un solo Dios, sin principio, sin causa, no circunscrito por cosa alguna preexistente o futura; supratemporal, infinito, Padre excelente del Hijo Unigénito, bueno, grande, y que, siendo espíritu, no sufrió en el Hijo ninguno de los condicionamientos de la carne.

Otro Dios único, distinto en la persona, no en la divinidad, es la Palabra de Dios: él es la viva impronta del Padre, el Hijo único de quien no conoce principio, único del único, su igual, de forma que así como el Padre sigue siendo plenamente Padre, así el Hijo es el creador y gobernador del mundo, fuerza e inteligencia del Padre...

Cantaremos primero al Hijo, venerando la sangre que fue expiación de nuestros pecados... Efectivamente, sin perder nada de su divinidad, se inclinó como médico sobre mis pestilentes heridas. Era mortal, pero Dios. Del linaje de David, pero plasmador de Adán; revestido de carne, es verdad, pero ajeno a las obras de la carne. Tuvo madre, pero virgen: circunscrito, pero inmenso... Fue víctima, pero también pontífice; sacerdote, y, sin embargo, Dios. Ofrendó su sangre a Dios, pero purificó el mundo entero. La cruz lo ensalzó, pero los clavos crucificaron el pecado. Fue contado entre los muertos, pero resucitó de entre los muertos y resucitó a muchos muertos antes que él: en éstos residía la pobreza del hombre, en él la riqueza del espíritu. Pero tú no debes escandalizarte como si las realidades humanas fueran indignas de la divinidad; al contrario, en consideración a la divinidad, has de tener a máximo honor la condición terrena, que, por amor a ti, asumió el incorruptible Hijo de Dios.

Alma, ¿a qué esperas? Canta asimismo la gloria del Espíritu: no disocies en tu discurso lo que la naturaleza no ha dividido. Estremezcámonos ante la grandeza del Espíritu, igualmente Dios, por quien yo he conocido a Dios. El es evidentemente Dios y él me hace ser Dios ya aquí abajo: todopoderoso, autor de los diversos dones, inspirador de la himnodia del coro de los santos, dador de vida tanto a los seres celestes como a los terrestres, sentado en las alturas. Fuerza divina que procede del Padre, no está sujeto a poder alguno. No es Hijo —pues el Hijo santo del único Bien es sólo uno—, ni está al margen de la invisible divinidad, sino que disfruta de idéntico honor...

Trinidad increada, supranatural, buena, libre, igualmente digna de adoración, único Dios que gobierna el mundo con triple esplendor. Mediante el bautismo, y por obra de las tres divinas personas, me siento regenerado en el hombre nuevo, y, destruida la muerte, nazco a la luz vuelto a la vida... Y si Dios ha purificado todo mi ser, también yo debo adorarlo en la totalidad de su ser.

Poemas teológicos (Sección 1: Poemas dogmáticos, 1, 1-4. 21-34: PG 37, 397-411)

sábado, 14 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Una sola oración y una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría

Como en las personas de vuestra comunidad, que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó en estos últimos tiempos.

Así pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.

Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él —nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles—, así también vosotros nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto.

No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo. Por eso justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había enviado.

Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.

Carta a los Magnesios (Caps 6 1-9, 2: Funk 1,195-199)

viernes, 13 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Es necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador: mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.

Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.

Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley de Jesucristo.

Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible, es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.

Es, pues, necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.

Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.

Comienza la carta a los Magnesios (Caps 1, 1-5,2: Funk 1, 191-195)

jueves, 12 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

Carta a los Filipenses (Caps. 12 1-14: Funk 1, 279-283)

miércoles, 11 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Vosotros sois la luz del mundo

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.

Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.

Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.

Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una lámpara.

Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.

Tratado 5 sobre el evangelio de san Mateo (1.3-4: CCL 9, 405-407)

martes, 10 de junio de 2014

Saludos desde Baviera



Con este video que grabé ayer, quiero mandar un saludo en el Señor a todos los amigos que visitáis el Oratorio Monástico y compartís momentos de oración y contemplación.

domingo, 8 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

La unidad de la Iglesia habla en todos los idiomas

Hablaron en todas las lenguas. Así quiso Dios dar a entender la presencia del Espíritu Santo: haciendo que hablara en todas las lenguas quien le hubiese recibido. Debemos pensar, queridos hermanos, que éste es el Espíritu Santo por cuyo medio se difunde la caridad en nuestros corazones.

La caridad había de reunir a la Iglesia de Dios en todo el orbe de la tierra. Por eso, así como entonces un solo hombre, habiendo recibido el Espíritu Santo, podía hablar en todas las lenguas, así también ahora es la unidad misma de la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, la que habla en todos los idiomas.

Por tanto, si alguien dijera a uno de vosotros: «si has recibido el Espíritu Santo, ¿por qué no hablas en todos los idiomas?», deberás responderle: «Es cierto que hablo todos los idiomas, porque estoy en el cuerpo de Cristo, es decir, en la Iglesia, que los habla todos. ¿Pues qué otra cosa quiso dar a entender Dios por medio de la presencia del Espíritu Santo, si no que su Iglesia hablaría en todas las lenguas?».

Se ha cumplido así lo prometido por el Señor: Nadie echa vino nuevo en odres viejos. A vino nuevo, odres nuevos, y así se conservan ambos.

Con razón, pues, empezaron algunos a decir cuando oían hablar en todas las lenguas: Están bebidos. Se habían convertido ya en odres nuevos, renovados por la gracia de la santidad. De este modo, ebrios del nuevo vino del Espíritu Santo, podrían hablar fervientemente en todos los idiomas, y anunciar de antemano, con aquel maravilloso milagro, la propagación de la Iglesia católica por todos los pueblos y lenguas.

Celebrad, pues, este día como miembros que sois de la unidad del cuerpo de Cristo. No lo celebraréis en vano si sois efectivamente lo que estáis celebrando: miembros de aquella Iglesia que el Señor, al llenarla del Espíritu Santo, reconoce como suya a medida que se va esparciendo por el mundo, y por la que es a su vez reconocido. Como esposo no perdió a su propia esposa, ni nadie pudo substituírsela por otra.

Y a vosotros, que procedéis de todos los pueblos y que sois la Iglesia de Cristo, los miembros de Cristo, el cuerpo de Cristo, os dice el Apóstol: Sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Notad cómo en el mismo momento nos mandó que nos soportáramos unos a otros y nos amásemos, y puso de manifiesto el vínculo de la paz al referirse a la esperanza de la unidad. Esta es la casa de Dios levantada con piedras vivas, en la que se complace en habitar un padre de familia como éste, y cuyos ojos no debe jamás ofender la ruina de la división.

Sermón 8
Autor africano del siglo VI (1-3: PL 65, 743-744)

sábado, 7 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

La ascensión de Cristo es el triunfo del vencedor

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Floreció, pues, nuevamente el Señor resucitando del sepulcro; fructifica cuando sube al cielo. Es flor cuando es engendrado en lo profundo de la tierra; es fruto cuando es instalado en su sublime sitial. Es grano –como él mismo dice– cuando, solo, padece la cruz; es fruto cuando se ve rodeado de la copiosa fe de los apóstoles.

En efecto, durante aquellos cuarenta días en que, después de la resurrección, convivió con sus discípulos, les instruyó en toda la madurez de sabiduría y los preparó para una cosecha abundante con toda la fecundidad de su doctrina. Después subió al cielo, es decir, al Padre, llevando el fruto de la carne y dejando en sus discípulos las semillas de la justicia.

Subió, pues el Señor al Padre. Recordará sin duda vuestra santidad que comparé al Salvador con aquella águila del salmista, de la que leemos que renueva su juventud. Existe en efecto una semejanza y no pequeña. Pues así como el águila abandonando los valles se eleva a las alturas y penetra rauda en los cielos, así también el Salvador abandonando las profundidades del abismo se elevó a las serenas cimas del paraíso, y penetró en las más elevadas regiones del cielo. Y lo mismo que el águila, abandonando la sordidez de la tierra, y volando hacia las alturas, goza de la salubridad de un aire más puro, así también el Señor, abandonando la hez de los pecados terrenales y revolando en sus santos, se alegra en la simplicidad de una vida más pura.

De suerte que la comparación con el águila le cuadra perfectamente al Salvador. Pero, entonces, ¿cómo explicar el hecho de que frecuentemente el águila destroza su presa, y arrebata frecuentemente la presa ajena? Y, sin embargo, tampoco en esto es desemejante el Salvador. En cierto modo arrambló con la presa cuando al hombre que había asumido, arrancado de las fauces del infierno, lo condujo al cielo, y al que era esclavo de una dominación ajena, esto es, de la potestad diabólica, liberado de la cautividad, cautivo lo condujo a las regiones más elevadas, como escribe el profeta: Subió a lo alto llevando cautiva a la cautividad y dio dones a los hombres. Esta frase significa ciertamente que se llevó a lo alto de los cielos a la cautividad cautivada. Una y otra cautividad son designadas con idéntica palabra, pero ambas con un significado bien distinto, pues la cautividad del diablo reduce al hombre a la esclavitud, mientras que la cautividad de Cristo restituye a la libertad.

Subió –dice– a lo alto llevando cautiva a la cautividad. ¡Qué bien describe el profeta el triunfo de Cristo! Pues, según dicen, la pompa de la carroza de los vencidos solía preceder al rey vencedor. Pero he aquí que la cautividad gloriosa no precede al Señor en su ascensión a los cielos, sino que lo acompaña; no es conducida ante la carroza, sino que es ella la que lleva al Salvador. Por un inefable misterio, mientras el Hijo de Dios eleva al cielo al Hijo del hombre, la misma cautividad es a la vez portadora y portada. Lo que añade: dio dones a los hombres, es el gesto típico del vencedor.

Sermón 56 (1-3: CCL 23, 224-225)

viernes, 6 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

El Don del Padre en Cristo

El Señor mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, en la profesión de fe en el Creador, en el Hijo único y en el que es llamado Don.

Uno solo es el Creador de todo, ya que uno solo es Dios Padre, de quien procede todo; y uno solo el Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, por quien ha sido hecho todo; y uno solo el Espíritu, que a todos nos ha sido dado.

Todo, pues, se halla ordenado según la propia virtud y operación: un Poder del cual procede todo, un Hijo por quien existe todo, un Don que es garantía de nuestra esperanza consumada. Ninguna falta se halla en semejante perfección; dentro de ella, en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, se halla lo infinito en lo eterno, la figura en la imagen, la fruición en el don.

Escuchemos las palabras del Señor en persona, que nos describe cuál es la acción específica del Espíritu en nosotros; dice, en efecto: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Os conviene, por tanto, que yo me vaya, porque, si me voy, os enviaré al Defensor.

Y también: Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. Él os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí.

Esta pluralidad de afirmaciones tiene por objeto darnos una mayor comprensión, ya que en ellas se nos explica cuál sea la voluntad del que nos otorga su Don, y cuál la naturaleza de este mismo Don: pues, ya que la debilidad de nuestra razón nos hace incapaces de conocer al Padre y al Hijo y nos dificulta el creer en la encarnación de Dios, el Don que es el Espíritu Santo, con su luz, nos ayuda a penetrar en estas verdades.

Al recibirlo, pues, se nos da un conocimiento más profundo. Porque, del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados, permanece inactivo (por ejemplo, los ojos, privados de luz, los oídos, cuando falta el sonido, y el olfato, cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia, no porque dejen de existir por la falta de estímulo, sino porque necesitan este estímulo para actuar), así también nuestra alma, si no recibe por la fe el Don que es el Espíritu, tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios, pero le faltará la luz para llegar a ese conocimiento. El Don de Cristo está todo entero a nuestra disposición y se halla en todas partes, pero se da a proporción del deseo y de los méritos de cada uno. Este Don está con nosotros hasta el fin del mundo; él es nuestro solaz en este tiempo de expectación.

Tratado sobre la Trinidad (Lib 2, 1, 33.35: PL 10, 50-51.73.75)

jueves, 5 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor

Ya se había llevado a cabo el plan salvífico de Dios en la tierra; pero convenía que nosotros llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina del Verbo, esto es, que abandonásemos nuestra vida anterior para transformarla y conformarla a un nuevo estilo de vida y de santidad.

Esto sólo podía llevarse a efecto con la comunicación del Espíritu Santo.

Ahora bien, el tiempo más oportuno para la misión del Espíritu y su irrupción en nosotros fue aquel que siguió a la marcha de nuestro Salvador Jesucristo.

Pues mientras Cristo vivía corporalmente entre sus fieles, se les mostraba como el dispensador de todos sus bienes; pero cuando llegó la hora de regresar al Padre celestial, continuó presente entre sus fieles mediante su Espíritu, y habitando por la fe en nuestros corazones. De este modo, poseyéndole en nosotros, podríamos llamarle con confianza: «Abba, Padre», y cultivar con ahínco todas las virtudes, y juntamente hacer frente con valentía invencible a las asechanzas del diablo y las persecuciones de los hombres, como quienes cuentan con la fuerza poderosa del Espíritu.

Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del antiguo como del nuevo Testamento.

Así el piadoso Samuel a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, y te convertirás en otro hombre. Y san Pablo: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

No es difícil percibir cómo transforma el Espíritu la imagen de aquéllos en los que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo.

Se trata exactamente de lo que había dicho el Salvador: Os conviene que yo me vaya al cielo. En ese tiempo, en efecto, descendería el Espíritu Santo.

Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 10: PG 74, 434)

miércoles, 4 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

El Espíritu Santo enviado a la Iglesia

Consumada la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de la vida, o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna, por quien vivifica el Padre a todos los muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales.

El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos. Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia, a la que guía hacia toda verdad, y unifica en comunión y ministerio, enriqueciéndola con todos sus frutos.

Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: «Ven».

Así se manifiesta toda la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

La universalidad de los fieles, que tiene la unción del Espíritu Santo, no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde el obispo hasta los últimos fieles seglares manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.

Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios, se adhiere indefectiblemente a la fe que se transmitió a los santos de una vez para siempre, la penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.

Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, repartiendo a cada unp en particular como a él le parece, reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.

Constitución dogmática Lumen gentium
Concilio Vaticano II (Núms 4.12)

martes, 3 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

La acción del Espíritu Santo

¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.

Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación, hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

El es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad.

Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe.

Simple en su esencia y variado en sus dones, está integro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.

Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa; todos disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que él podría darse.

Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.

Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás.

De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios.

Libro sobre el Espíritu Santo (Cap 9, 22-23: PG 32, 107-110)

lunes, 2 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

Cristo es el vínculo de la unidad

Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo, cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo.

Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se halla en nosotros gracias a su carne, ¿cómo no mostramos abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de la unidad.

Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual, habremos de decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.

Y así como la virtud de la santa humanidad de Cristo hace que formen un mismo cuerpo todos aquellos en quienes ella se encuentra, pienso que de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los reduce a todos a la unidad espiritual.

Por esto nos exhorta también san Pablo: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Pues siendo uno solo el Espíritu que habita en nosotros, Dios será en nosotros el único Padre de todos por medio de su Hijo, con lo que reducirá a una unidad mutua y consigo a cuantos participan del Espíritu.

Ya desde ahora se manifiesta de alguna manera el hecho de que estemos unidos por participación al Espíritu Santo. Pues si abandonamos la vida puramente natural y nos atenemos a las leyes espirituales, ¿no es evidente que hemos abandonado en cierta manera nuestra vida anterior, que hemos adquirido una configuración celestial y en cierto modo nos hemos transformado en otra naturaleza mediante la unión del Espíritu Santo con nosotros, y que ya no nos tenemos simplemente por hombres, sino como hijos de Dios y hombres celestiales, puesto que hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina?

De manera que todos nosotros ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu.

Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 11, cap 11: PG 74, 559-562)

domingo, 1 de junio de 2014

Una Meditación y una Bendición

El agua viva del Espíritu Santo

El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Una nueva clase de agua que corre y salta; pero que salta en los que son dignos de ella.

¿Por qué motivo se sirvió del término agua, para denominar la gracia del Espíritu? Pues, porque el agua lo sostiene todo; porque es imprescindible para la hierba y los animales; porque el agua de la lluvia desciende del cielo, y, además, porque desciende siempre de la misma forma y, sin embargo, produce efectos diferentes: Unos en las palmeras, otros en las vides, todo en todas las cosas. De por sí, el agua no tiene más que un único modo de ser; por eso, la lluvia no transforma su naturaleza propia para descender en modos distintos, sino que se acomoda a las exigencias de los seres que la reciben y da a cada cosa lo que le corresponde.

De la misma manera, también el Espíritu Santo, aunque es único, y con un solo modo de ser, e indivisible, reparte a cada uno la gracia según quiere. Y así como un tronco seco que recibe agua germina, del mismo modo el alma pecadora que, por la penitencia, se hace digna del Espíritu Santo, produce frutos de santidad. Y aunque no tenga más que un solo e idéntico modo de ser, el Espíritu, bajo el impulso de Dios y en nombre de Cristo, produce múltiples efectos.

Se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece, en unos, la templanza; en otros, la misericordia; a éste enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo, según está escrito: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector: pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien lo recibe, luego, mediante éste, las de los demás.

Y, así como quien antes se movía en tinieblas, al contemplar y recibir la luz del sol en sus ojos corporales, es capaz de ver claramente lo que poco antes no podía ver, de este modo el que se ha hecho digno del don del Espíritu Santo es iluminado en su alma y, elevado sobrenaturalmente, llega a percibir lo que antes ignoraba.

Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo (1, 11-12.16: PG 33, 931-935.939-942)