jueves, 10 de abril de 2014

El misterio del agua

La piscina es la oficina de la Trinidad para la salvación de todos los hombres fieles, y a los que en ella se lavan, los cura de la mordedura de la serpiente y, permaneciendo virgen, se convierte en madre de todos por obra del Espíritu Santo.

En ella, en efecto, recibimos la distribución de todos los carismas; en ella se refrendan y se suscriben las gracias del paraíso celestial; en ella, el que creó nuestra alma la toma por esposa, conforme al dicho de Pablo: Quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen fiel. Pero, ¿por qué no mencionar –siquiera brevemente– lo que de más grande y sublime hay en ella? Aquel a quien los ángeles en el cielo no osan llamar padre, nosotros aprendemos a llamarlo así en la tierra sin temor alguno Esto es lo que canta el Salmista en el salmo 26: Mi padre y mi madre me abandonaron, que es como si dijera: pues Adán y Eva no mantuvieron la inmortalidad. Pero el Señor me recoge, que es como si dijera: Me ha dado a la piscina por madre y al Altísimo por padre y por hermano al Salvador, que por nosotros fue bautizado. Ahora efectivamente estoy de veras regenerado y salvado, pues ya no oigo: Llorad al muerto, porque se ha extinguido la luz, sino aquella voz tan deseada: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, ungiendo, lavando, vistiendo a cada uno inseparablemente con toda mi persona, y alimentando con mi cuerpo y mi sangre.

Pero es llegado el momento de recoger una parte de los testimonios de la Escritura, procedentes del antiguo Testamento, y relativos al Espíritu de Dios y al bautismo de la inmortalidad: en la medida de lo posible, lo pondré por escrito.

Conociendo desde siempre la indivisa e inefable Trinidad, la debilidad y fragilidad del género humano, al producir de la nada el húmedo elemento, dispuso el remedio para los hombres y la salud que habría de obtenerse a través del agua Por eso consta que el Espíritu Santo, cuando se cernía sobre las aguas, en el mismo momento las santificó, y les comunicó una fuerza vital y las fecundó.

Esto queda suficientemente demostrado por el hecho de que, al bautizarse el Señor, apareció el Espíritu Santo sobre las aguas del Jordán y se posó sobre él. Apareció en aquella ocasión en forma de paloma, por ser éste un animal simple. Por eso dice el Señor: Sed sencillos como palomas.

También el diluvio, que purificó el mundo de su inveterada perversión, preanunciaba en cierto modo, de manera mística y velada, la expiación de los pecados que había de operarse a través de la piscina sagrada. Y la misma arca, que salvó a los que en ella entraron, era imagen de la venerable Iglesia y de la feliz esperanza que en ella tiene su origen. Y la paloma, que trajo al arca una hoja de olivo y anunció que la tierra estaba ya seca, significaba la venida del Espíritu Santo y la reconciliación con el cielo; pues el olivo es símbolo de la paz.

Igualmente el Mar Rojo, que acogió a los israelitas que no vacilaron ni dudaron, y los liberó de los males que, en Egipto, les esperaban de parte del Faraón y de su ejército —y, en consecuencia, toda la historia de su huida de Egipto—, era un símbolo de la salvación que nosotros conseguimos en el bautismo.

Tratado sobre la santísima Trinidad (Lib 2, 13-14: PG 39, 691-698)

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