martes, 17 de junio de 2014

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa,es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero, si él no construye, en vano se cansan los albañiles. ¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Por esto, los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles. Como sabía que él mismo era interiormente edificado por el Señor, se lamentaba por aquéllos, temiendo haber trabajado inútilmente. Por tanto, nosotros os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también como operarios; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Y la casa de Dios es la misma ciudad. Pues la casa de Dios es el pueblo de Dios, ya que la casa de Dios es el templo de Dios. Y ¿qué es lo que dice el Apóstol? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Todos los fieles son la casa de Dios. Y no sólo los fieles presentes, sino también los que nos precedieron y ya han muerto, y todos los que vendrán después y que aún deben nacer a las realidades humanas hasta el fin del mundo: fieles innumerables congregados formando una sola realidad, pero cuyo número es conocido por Dios, según dice el Apóstol: El Señor conoce a los suyos. Aquellos granos que de momento gimen entre la paja, están destinados a formar un único montón, cuando al final de los tiempos la parva haya sido aventada. Así pues, toda la multitud de los santos fieles, que están a la espera de ser transformados de hombres en ángeles de Dios y ser colocados a la par con los ángeles, ángeles que ya no son peregrinos, pero que aguardan a que nosotros regresemos de nuestra peregrinación: todos juntos constituyen la única casa de Dios, una sola ciudad. Esa ciudad es Jerusalén. Posee centinelas: lo mismo que tiene albañiles que se afanan en su construcción, así también posee centinelas. A los centinelas se refiere el Apóstol cuando dice: Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Vigilaba el Apóstol, era guardián, vigilaba en la medida de sus posibilidades sobre aquellos a cuyo frente estaba. Lo mismo hacen los obispos. Pues si están colocados en un lugar más eminente es para que sobrevelen y en cierto modo protejan al pueblo.

Y de este puesto eminente habrá que dar peligrosa cuenta, a menos que ocupemos dicho puesto con aquel talante que nos sitúa por la humildad a vuestros pies, y oremos por vosotros para que os guarde aquel que conoce vuestros pensamientos. Nosotros podemos veros entrar y salir, pero hasta tal punto desconocemos lo que pensáis en vuestros corazones, que ni siquiera podemos ver lo que hacéis en vuestras casas. ¿Que cómo entonces ejercemos nuestro oficio de centinelas? Como hombres: en la medida de nuestras posibilidades, en la medida en que nos es dado. Nos esforzamos en nuestra misión de guardianes, pero nuestro esfuerzo sería en vano si no os guardara aquel que ve vuestros pensamientos. Os guarda cuando estáis despiertos y os guarda cuando dormís. El, en efecto, durmió una sola vez, en la cruz; pero resucitó y no vuelve a dormir. Sed Israel, porque no duerme ni reposa el guardián de Israel. ¡Animo, hermanos! Si deseamos escondernos a la sombra de las alas de Dios, seamos Israel. Nosotros velamos sobre vosotros como exigencia de nuestro oficio, pero deseamos ser custodiados juntamente con vosotros. Ante vosotros desempeñamos algo así como el oficio de pastores, pero respecto de aquel Pastor somos ovejas igual que vosotros. Desde esta cátedra os hablamos como maestros; pero somos condiscípulos vuestros en esta escuela bajo aquel único Maestro.

Comentario sobre el salmo 126 (2-3: CCL 40, 1857-1859)

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