La obra doctrinal más famosa del santo obispo de Alejandría, san Atanasio en el tratado Sobre la
encarnación del Verbo, el Logos divino que se hizo carne, llegando a ser
como nosotros, por nuestra salvación. En esta obra, san Atanasio afirma, con
una frase que se ha hecho justamente célebre, que el Verbo de Dios “se hizo hombre para que nosotros llegáramos
a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea
del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros
heredáramos la incorruptibilidad” (54, 3). Con su resurrección, el Señor
destruyó la muerte como si fuera “paja en
el fuego” (8, 4). La idea fundamental de toda la lucha teológica de san
Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios
secundario, es el verdadero Dios, y a través de nuestra comunión con Cristo
nosotros podemos unirnos realmente a Dios. Él se ha hecho realmente “Dios con
nosotros”.
Juan el bautista, en el evangelio de hoy, responde a quien
esta confundido ante la presencia del Mesias, ante ese Dios con nosotros: “No soy yo”. Él descubre
su propia identidad, a pesar de ser el más grande nacido de Mujer (Mt 11, 11)
sin pretender apropiarse de la identidad de quien venía anunciando, él es la
voz que clama en el desierto (Jn 1, 23). Él confiesa la propia nada ante el
ungido de Dios y para ello se exige verdad y valor, honestidad y coherencia. Es
ese confesar sí,cuando es sí, y no cuando es no (Mt 5, 37) que enseña Jesús.
Tanta palabrería vana se apropia a veces de nuestro obrar,
tanto discurso inútil en nuestras vidas, que nos olvidamos de nuestro desvalimiento,
de nuestra identidad, y que somos, aquello que no somos, imagen de Dios.
La maravilla conciliadora e integradora del cristianismo
está en el “no soy” que lleva
implícito el “Yo Soy”. No soy en mí,
por mí, para mí, pero Soy con Él, en Él, para Él, y con los demás por
Aquel que nos conduce a los verdes prados del amor, la dicha y la
libertad del salmo 23. La meta es el "Yo Soy"; El Salmo 82 dice "Sois dioses” y el mismo Jesús nos recuerda: “vosotros sois dioses” (Jn 10, 34). Al
“Yo Soy” se llega por el “no soy”: negarse a uno mismo, perder la
vida, el mundo entero, para ganar el alma (Mt 16, 24-26). Un ejemplo a seguir
es Juan el Bautista, el precursor, la voz que clama en el desierto y prepara el
camino al Señor, el que se alegra con la voz del esposo y no pretende ser el
esposo, sino el que ha de menguar para que éste crezca.
Como dice san Ireneo de Lyon, “Jesucristo que, a causa de su amor superabundante, se convirtió en
lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que él es”. El hombre debería
asumir en sí a Cristo como Cristo asume al hombre en si. Dios, diría San
Atanasio, “se hizo hombre para que el
hombre se hiciera Dios.”
O admirabile commercium:
ResponderEliminarCreator generis humani,
animatum corpus sumens,
de Virgine nasci dignatus est,
et procedens homo sine semine,
largitus est nobis suam deitatem.
¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.
La profundidad de hacernos cómo Dios, podría interpretarse de alguna manera erronea, recordemos que Lucifer quizá ser como Dios....podemos llegar a una santidad, y ser uno solo en un solo espíritu, pero nunca seremos Dios
ResponderEliminarEn realidad no es hacernos como Dios, sino ser hechos. Es decir, no es fruto de nuestras acciones, sino resultado de la misericordiosa gracia del Señor. Efectivamente, en el bautismo somos ya hechos hijos de Dios en el Hijo, somos adoptados y elevados a una condición divina. Por eso, no es simplemente una promesa, es algo verdaderamente acaecido, que espera su plena realización en cada uno de nosotros por medio de la fe. Esto es, precisamente, lo que falló en Lucifer.
Eliminar