lunes, 11 de agosto de 2014

El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia

Y vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida. El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia, perdona inmediatamente los antiguos pecados, y cuando los hombres dejan de pecar, él también deja de airarse y planea cosas mejores. Y al comprobar que el alma hace buenos propósitos, se revela manso, difiere la condena y otorga el perdón. Pues dice la verdad cuando afirma: ¿Por qué queréis morir, casa de Israel? —oráculo del Señor—. No me complazco en la muerte del que muere, sino en que cambie de conducta y viva. Cuando, en cambio, habla de la «maldad» con que había amenazado, no has de entenderlo en sentido de «perfidia», sino más bien como equivalente a «ira», de donde emana la aflicción prometida. Pues nuestro Dios no comete la maldad, él que tanto ama la virtud.

¡Oh incomparable e incomprensible clemencia! ¿Dónde encontrar palabras capaces de ensalzarla debidamente? ¿Con qué boca podremos entonar dignos cantos de acción de gracias al misericordioso y buen Dios? Aleja de nosotros nuestros delitos. Fíjate, por favor, cómo Jonás, a destiempo y sin razón, se muestra disgustado, cuando lo correcto, y cual convenía a una persona santa, hubiera sido aplaudir la conducta del Señor y secundar con entusiasmo sus designios. Si tú te lamentas —dice—, más aún, sientes un disgusto mortal porque se te secó el ricino, que brota una noche y perece la otra, ¿cómo no voy a sentir yo la suerte de una gran metrópoli, donde habitan más de ciento veinte mil hombres, que por su edad no alcanzan a distinguir la derecha de la izquierda? Los niños, en efecto, no saben todavía distinguir estas cosas: por eso es justo ser más benévolos con ellos, porque no han pecado. Pues, ¿qué? ¿Qué pecados podían haber cometido quienes todavía no distinguían sus manos?

Cuando a continuación hace mención de los animales de carga y cree justo tener compasión de ellos, esta actitud es consecuencia de su gran bondad. Pues si el justo se compadece de las almas de los mismos jumentos, y esto cede en su honor, ¿qué de extraño tiene que el Dios del universo perdone y se compadezca también de los justos?

Lo mismo Cristo: dándose a sí mismo como precio de redención, salvó a todos: pequeños y grandes, sabios e ignorantes, ricos y pobres, judíos y griegos. Por eso, podemos decir con pleno derecho: Tú socorres a hombres y animales, Señor: ¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

Comentario sobre el libro del profeta Jonás (Cap 3, 23—4, 29: PG 71, 631.638)

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