lunes, 27 de octubre de 2014

Eres, oh hombre, una obra maestra, animada por la potencia creadora de Dios

Oh hombre, conócete a ti mismo. Conócete, alma, pues no estás hecha de tierra ni formada de barro, sino que Dios te insufló e hizo de ti un ser vivo. Eres una obra maestra, animada por la potencia creadora de Dios. Preocúpate de ti, como manda la ley: de ti, es decir, de tu alma. No te dejes atrapar por las cosas seculares y mundanas, ni te entretengan las terrenas. Dirígete con todo el impulso de tu ser hacia aquel cuyo soplo te creó.

Grande es el hombre y algo precioso el varón misericordioso; pero lo que hay que hallar es un hombre veraz. Aprende, oh hombre, de dónde procede tu grandeza, en qué sentido eres precioso. La tierra te presenta como algo vil, pero la virtud hace de ti un ser glorioso, la fe raro, la imagen precioso. ¿O es que hay algo más precioso que la imagen de Dios, que es lo primero que debe infundirte la fe, para que en tu corazón resplandezca una reproducción aproximada del Creador, no ocurra que quien interrogue tu mente, no reconozca a su autor?

¿Hay algo tan precioso como la humildad, por la que, conociendo la naturaleza del cuerpo y la del alma, te sometas al alma y aprendas a gobernar el cuerpo? Eres, pues, oh hombre, una gran obra de Dios y grande es asimismo lo que Dios te ha dado. Mira de no perder el gran don que Dios te ha hecho, de ser creado a imagen suya, para no merecer ser más gravemente castigado. En efecto, Dios no sanciona a su imagen, sino al que, habiendo sido hecho a semejanza de Dios, fue incapaz de conservar el don recibido. Se sanciona, pues, aquello que ha dejado de ser imagen de Dios, es decir, se castiga tu pecado. Porque Dios no condena su imagen, ni la envía a aquel fuego eterno; lo que venga es más bien su imagen en aquel que ha injuriado su imagen: ya que, por obra de la malicia, dejas de ser el hombre que eras, y de hombre te has convertido en un mulo.

Por tanto, la imagen es vengada, no condenada. Se la venga como repudiada, no se la condena como rea. De hecho, al pecar, comenzaste a ser otra cosa, y dejaste de ser lo que eras. Entonces, ¿cómo se castiga en ti lo que en ti no se encuentra? Pues de encontrarse en ti la imagen y semejanza de Dios, comenzarías a ser digno no de suplicio, sino de premio. De esta forma, aquella imagen, por la que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios, no es condenada, sino premiada. Se te condena en aquello en que te has convertido, transformándote en serpiente, en mulo, en caballo. La Escritura ya nos ha condenado bajo estos nombres, pues despojados del ornamento de la imagen celeste, perdimos incluso el nombre de hombre al no haber sabido retener la gracia propia del hombre.

Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 10, 10-11: PL 14, 1332-1334)

No hay comentarios:

Publicar un comentario