lunes, 6 de octubre de 2014

Ser constantes en orar

Al margen de estas cosas que están pletóricas de virtud, pienso que las mismas palabras pronunciadas por los santos en la oración, máxime cuando al orar rezan llevados del Espíritu, pero rezan también con la inteligencia, contienen una virtud divina, la cual, a una con la luz que brota del pensamiento del orante y que su voz emite, está llamada a extinguir el virus espiritual que las potencias adversas inoculan en las almas de quienes descuidan la oración y no observan lo que nos recomienda san Pablo de acuerdo con las enseñanzas de Cristo: Sed constantes en orar.

Pues la ciencia, la razón o la fe lanza desde el alma del santo en oración una especie de dardo destinado a destruir y a herir mortalmente a los espíritus enemigos de Dios, que intentan enredarnos en los lazos del pecado. Además, como quiera que los actos de virtud y el cumplimiento de los preceptos son el complemento natural de la oración, es constante en orar el que a la oración une las buenas obras y las buenas obras a la oración. El precepto: Sed constantes en orar únicamente podemos considerarlo posible si afirmamos que toda la vida del hombre santo es algo así como una sublime y continua oración, de la que la comúnmente llamada oración constituye una parte. Esta oración debe hacerse no menos de tres veces al día, como queda patente en el caso de Daniel, quien, bajo la amenaza de un gravísimo peligro, oraba tres veces al día.

La última oración viene indicada con estas palabras: El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Y sin este tipo de oración no pasaremos bien ni siquiera las horas nocturnas, pues dice el profeta David: A medianoche me levanto para darte gracias por tus justos mandamientos; y en los Hechos de los apóstoles se nos cuenta que, en Filipos, a medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, de forma que los demás presos los oían.

Ahora bien, si Jesús ora y no ora en vano, sino que mediante la oración obtiene lo que sin ella quizá no hubiera llegado a conseguir, ¿quién de nosotros minusvalorará la oración? Dice efectivamente Marcos: Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Y las palabras: Yo sé que tú me escuchas siempre, pronunciadas por el Señor y recogidas por el evangelista, demuestran que quien ora siempre, es siempre escuchado.

Y si en este preciso momento cada uno de nosotros, recordando agradecido los beneficios recibidos, se propusiera alabar a Dios por ellos, ¿cuántas cosas no nos podría contar? Con frecuencia, y por uno cualquiera de sus santos, el Señor rompió los colmillos de los leones, que se derritieron como agua que se escurre. Con frecuencia hemos oído también que los transgresores de los divinos mandamientos, vencidos en un primer momento y tragados por la muerte, fueron salvados de una desgracia tan grande mediante la penitencia, dado que, aun cuando estaban encerrados en el vientre de la muerte, nunca desesperaron de la salvación.

Después de la enumeración de aquellos a quienes la oración ha sido de provecho, he creído necesario decir estas cosas con el propósito de apartar, a cuantos aspiran a una vida espiritual en Cristo, de pedir en la oración cosas insignificantes y terrenas, y para exhortar a los lectores de este opúsculo que se orienten hacia las gracias místicas, de las que lo hasta el presente expuesto son simples figuras.

Opúsculo sobre la oración (12-13: PG 11, 451-455)

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